La Regenta: XX y XXI
Hola a todos y todas, aquí llegan las recomendaciones para la lectura de esta semana. De nuevo he incluido sólo dos capítulos porque son, al menos uno de ellos, bastante largos. Pero dejémonos de preámbulos y metámonos en harina.
Capítulo XX
Este capítulo es bastante largo. Comenzamos con la historia de don Pompeyo Guimarán, el ateo de Vetusta, quien se autoexilia del Casino. Ese exilio le lleva a entablar amistad con Santos Barinaga, al que ya conocíamos como declarado enemigo del Magistral por su desleal competencia en la venta de objetos para el culto. Esta relación es importante porque Álvaro Mesía, que "ya aborrecía de muerte al Magistral. Era el primer hombre ¡y con faldas! que le ponía el pie delante: ¡el primer rival que le disputaba una presa, y con trazas de llevársela!" (p. II, 256), decide reunir a todos los enemigos de Fermín De Pas para tratar de socavarlo y debilitarlo de alguna manera. Esta estrategia hará que don Pompeyo vuelva al Casino en una inolvidable cena que resultará ser fundacional de una secreta comisión llamada La Innominada y que tendrá como enemigo declarado al Magistral.
Ocurren muchas cosas en esa cena, pero uno se queda patidifuso cuando don Álvaro Mesía, acaso animado por la bebida, se pone a contar algunas de sus estrategias (deleznables, vergonzosas) para conseguir acostarse con mujeres, esos "trofeos" para él. Uno se escandaliza igual que don Pompeyo lo hace, o más, porque han pasado años, algún siglo incluso, y esta parte de la novela resulta, en verdad, tremenda. Tremenda.
Leído esto dan muchas ganas de que la Regenta le pegue una patada en el culo a ese don Juan del tres al cuatro y se dedique a otra cosa mariposa. Tremendo embustero, madre mía.
Acaba el capítulo con la llegada del verano y la marcha de toda la gente pudiente a las residencias de verano, la playa, etc., salvo la Regenta y su esposo, ella porque está recuperándose, él porque no tiene más remedio que quedarse con ella. En los últimos párrafos vemos la despedida de Álvaro Mesía de Ana Ozores (hasta después del verano) y sucede un hecho bien metafórico: don Álvaro tropieza con un pavo disecado (símbolo de sí mismo). Este hombre está vencido, rendido. ¿Os parece? Esperemos a los próximos capítulos.
Capítulo XXI
Este capítulo ha sido fascinante para mí. Hay todo un decorado de la historia que se desvela en estas páginas: el mundo eclesiástico, eso sí, contado desde una mirada procaz, atevida, desvergonzada. Fascinante.
Fermín De Pas está exultante, parece que Ana Ozores ha optado, finalmente, por él (suponiendo que él sea la religiosidad o el misticismo), y de pronto nos topamos con reflexiones de este jaez: "Seguía el Magistral ocultándose a sí mismo las ramificaciones carnales que pudiera tener aquella pasión ideal que ya se confesaban los dos hermanos; no quería pensar en esto, no quería sustos de conciencia ni peligros de otro género, no quería más que gozar aquella dicha que se le entraba por el alma." (p. II, 300). ¿Pero que es esto de las ramificaciones carnales?
Hay un aviso (una nueva metáfora) de lo que esto puede significar, cuando el magistral, feliz de cómo va todo, pasea y arranca una rosa que acaba por, literalmente, comerse, ¿qué os parece?, ¿qué significado creéis que encierra este hecho? Aquí va una pista: después de ese paseo don Fernín tiene un encuentro con niñas y jóvenes: "Mirando estos capullos de mujer, don Ferín recordaba el botón de rosa que acababa de mascar" (p. II, 306). Glups. Hay una mirada erótica (¿enfermiza?) en esa secuencia.
Aun así los lectores no acabamos de tenerlo claro, ¿no os parece? Es como si hubiera carnalidad y deseo sicalíptico en todo lo que va pensando y vivendo el Magistral, pero al mismo tiempo no parece que sea tan claro, ¿acaso Clarín juega con nosotros? Pero de pronto hay pasajes que resultan muy esclarecedores (ay, aunque son como un paso adelante y después dos atrás). Por ejemplo: "Aunque la pasión que él sentía nada tenía que ver con la lascivia vulgar (estaba seguro de ello) niera amor a lo profano, ni tenía nombre ni le hacía falta, podía ir a dar no se sabía dónde. Y el Magistral estaba seguro de que al menor descuido de la carne, intrusa, temible, la Regenta saltaría hacia atrás, se indignaría y él perdería el prestigio casi sobrenatural de questaba rodeado. Además, suponiendo que aquello parase en un amor sacrílego y adúltero, miserablemente sacrílego por haber tenido tales comienzos, ¡adiós encanto! Ya sabía él lo que era esto. Una locura grosera de algunos meses." (p. II, 339). Yo no digo nada, madre mía. ¿Qué os parece toda la tela para cortar que hay en este párrafo?
Pues si la cosa no os parece suficientemente caldeada os animo a que leáis los últimos párrafos de este último capítulo. Yo me he quedado ojiplático. Es brutal. Brutal. Caray con el Magistral. Caray con Teresina.
Ah, y a todo esto: parece que Ana Ozores se ha rendido a la mística. Pero acaso sólo lo parece, ¿verdad?, y si no atentos a la fugaz aparición de Visitación en este capítulo.
Feliz semana de lectura.
Os leo en los comentarios.
Pep Bruno