Hasta el final de "A toda máquina"
Queridas viajeras, queridos viajeros:
Esta semana finalizamos la lectura de las aventuras de nuestra Dervla Murphy. En estos últimos cuatro capítulos, los padecimientos físicos de Dervla se acentúan: un golpe de calor, deshidratación, disentería, picaduras de mosquitos, falta de higiene, falta de alimento, caminatas extenuantes ¡¡hasta trepando por glaciares!!... Lo cierto es que, sin su fortaleza mental, Dervla no hubiera conseguido terminar el viaje. Durísimo. Nos deja sin palabras. Y, como ya señaló nuestro compañero Nicolás, Roz no le va a la zaga a su dueña... ¡cuántos descalabros, pinchazos, cortes, pérdidas, magulladuras... ha sufrido la pobre bici! La una es el reflejo del estado de la otra.
Pienso que para alimentar el sueño y emprender y finalizar un viaje tan épico, tan dramático, tan duro... una persona no sólo ha de prepararse física y mentalmente, sino que este viaje debió de ser uno de esos imperativos de la vida, esto es, algo en su vida la empujó a irse. Caigo en la cuenta de que Dervla se subió a Roz tras el fallecimiento de su madre, y que los últimos años de convivencia habían sido muy dolorosos y limitantes para nuestra autora. Entonces, la perspectiva de irse de esa cárcel en la que se había convertido su hogar y, por extensión, su querida Irlanda, debió de parecerle una explosión de libertad. Abrir la puerta de una jaula y correr hacia el horizonte.
Al llegar al final de nuestra lectura, casi estoy sin palabras (¿serán las cuestas, los paisajes abrumadores, la miseria, la amabilidad y hospitalidad de la gente, la que me ha dejado casi sin palabras?). Lo reconozco. Muchos pasajes me han llamado la atención, tantos, que me cuesta elegir.
Podría resaltar cómo la propia Dervla se contradice sobre el progreso (hasta cierto punto) con lo que nos había trasladado en capítulos anteriores: las enfermedades, por ejemplo. O las ventajas e inconvenientes de los matrimonios concertados respecto a los matrimonios por amor, o la pérdida del arte de la conversación:
“Como de costumbre, la tarde ha consistido en estar sentada en el césped cerca de los ventiladores eléctricos móviles, bebiendo zumos de fruta y charlando. La vida social en esta parte del mundo pone de relieve cuánto hemos perdido los occidentales el arte de la conversación. Qué agradable es sentarse a hablar tranquilamente de los libros que una ha leído, la gente que ha conocido o los lugares que ha visitado en lugar de encender la tele o salir corriendo a ver un espectáculo. El intercambio individual de ideas con nuestro prójimo es, sin ninguna duda, más provechososque una dependencia muda en lo que el cerebro de otra persona ha ideado para nuestro divertimento”.
Me ha llamado también la atención esto:
“A menudo me asombra la extraña concepción que tiene la gente en cuanto a qué constituye un paisaje bonito. (...) me aseguraron que el paisaje era terriblemente aburrido y que no debería molestarme en ir en bicicleta sino esperar al todoterreno que todos los lunes lleva suministros a Chilas. Como es lógico, no les he creído, porque sabía que era imposible que la garganta del Indo fuera aburrida, pero cuando he visto aquel paisaje excepcionalmente magnífico he llegado a la conclusión de que debían de estar del todo ciegos”.
¿Os ha ocurrido, en alguno de vuestros viajes, algo parecido?
Finalizan las aventuras de Dervla (para nosotros... seguirán vivas para todo aquel que inicie este viaje lector), y allá queda ella, en la India, realizando un trabajo voluntario para una ONG. Nos transmite su idea y sabemos que la llevó a cabo. De nuevo, la coherencia y la generosidad de Dervla.
Lo dejo, de momento, aquí. Me gustaría que fueseis vosotros los que señaléis aquello que yo no he destacado (a propósito o sin caer en la cuenta).
¿Qué os ha parecido A toda máquina?
Os dejo el tráiler de un documental sobre Dervla Murphy (no lo encuentro, completo, en la red), para despedirnos, hasta cierto punto, de ella y de Roz.
¿Nos leemos?