4ª parte. Hasta la resolución de las muertes de Vita, Manuela y Silvia
Estamos acostumbrados a que los desenlaces de las novelas negras actuales sean cada vez más rebuscados y rocambolescos, por eso sorprende que en La Presidenta el responsable de la muerte de Vita Castellá, el asesino, vaya, sea el que todos suponíamos desde el momento en el que se van incorporando los distintos sospechosos a la trama.
No vamos a decir quién es por respeto a los que no os hayáis terminado todavía la novela, pero ya os avisamos que no os va a causar ninguna sorpresa. Lo que sí sorprende es que el desenlace se desvele a los lectores y las lectoras de golpe, con todos los detalles contados por Berta a su hermana y a su compañero Esteban Sales.
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Un arros al forn, por supuesto
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Las hermanas han estado trabajando duro en el caso, casi sin ayuda desde el principio y con la manifiesta hostilidad de sus superiores, por lo que resulta muy gratificante, casi de justicia divina, que resuelvan el caso de la expresidenta y de los otros dos cadáveres encontrados en la novela, los de Manuela y Silvia, víctimas colaterales de lo que representa una frase que Berta atribuye, como si fuera un mandamiento de los políticos corruptos reales o ficticios, " El dinero lo compra todo."
La novela se lee con facilidad, pero se sigue con un poco de aburrimiento en sus capítulos centrales. Que todos los interrogantes se resuelvan al final y casi de golpe obliga a que los primeros pasos profesionales de las hermanas Miralles se realicen con relativa parsimonia, aunque ellas aprenden rápido y enseguida sacan un carácter endiablado que nos promete grandes momentos si siguen trabajando juntas Berta y Marta en próximas novelas.
Ya lo llevo comentando en semanas anteriores, las hermanas Miralles van creciendo en la novela como personajes literarios y como policías. Como viven juntas, empieza a interesar su vida privada a pesar de que todavía sea anodina y poco excitante. Tampoco es muy emocionante la aparición periódica de su familia en su pueblo natal en el Maestrazgo castellonense, pero esas pinceladas de "vuelta al pueblo", con sus arroces al horno y sus momentos de distensión de fin de semana en Vinaroz, las hace más humanas y supone un contrapunto al ajetreo de la vida en Valencia.
Un aspecto en el que creo que Alicia Giménez Bartlett podría haber sido más cáustica es el de la connivencia de los altos cargos policiales con los políticos de turno. Es verdad que al final todos pagan con cambios a destinos peores por no haber cumplido con las órdenes que les habían dado, la de que no se hicieran públicos escándalos que salpicasen al partido en la Comunidad Valenciana, pero es que la actualidad informativa nos está despertando cada día con escándalos de escuchas telefónicas que nos desvelan a personajes de peor catadura que los Quesada, Marzal o Solsona.