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El lugar que nunca podré visitar

Queridas viajeras, queridos viajeros. ¿Cómo estáis? Continuamos acompañando  a María Belmonte en su viaje por el norte de Grecia.
Esta semana, nos adentramos en la parte titulada, de una manera tan sugerente (podríamos comentar la belleza de los títulos de los diferentes apartados de la obra) El lugar que nunca podré visitar.
Pero antes, quiero enlazaros aquí tres videos de la autora presentando En tierra de Dioniso, que están colgados del perfil de YouTube de la editorial Acantilado:

En El lugar que nunca podré visitar, esto es el Monte Athos, Belmonte realiza un despliegue narrativo y documental perfecto. De lo singular a lo general, para terminar con su visión particular y única sobre este lugar fascinante.
El Monte Athos está vedado a las mujeres y, aunque con excepciones, continúa cerrado a cal y para nosotras. Leyendo a Belmonte, dan ganas de acercarse y saltar esas murallas inexpugnables (al menos, intentarlo), o tal vez, sentarse en ese banco (otra vez un lugar privilegiado) para empaparse de la belleza del lugar.
Edward Leard y sus pinturas del monte Athos
Me ha parecido curiosa (y he alabado muy mucho a Alejandro Magno la decisión), la historia del arquitecto Dinócrates que pretendía esculpir en el monte al emperador con las manos extendidas acogiendo ciudad y agua… Huy, y ahí sí que he visto las ciudades de la Tierra Media de Tolkien… Hubiera sido algo digno de verse, aunque hubiesen estropeado de manera irremediable esa aura de misticismo que impregna el lugar. Y hubiese un atentado contra el patrimonio, pero estamos rodeados de ejemplos así. ¿Cuántos templos se destruyeron para edificar encima templos de otras religiones, o edificios de órdenes arquitectónicos más modernos porque lo anterior ya había pasado de moda?
A lo largo de las páginas  desfila la historia de las religiones, también de la cristiana, y de esas personas, hombres y mujeres, que deciden o decidieron, vivir al margen de la sociedad, en silencio, en oración y trabajo. He de confesar que no los comprendo muy bien, y que como Belmonte, no comparto sus creencias, pero es cierto que el ser humano, al menos de vez en cuando, experimenta ese deseo de aislamiento, de alejarse de la maquinaria diaria y alienante que nos atropella.
De entre los personajes históricos ligados al Monte Athos, o a la vida monacal, o a Grecia, o simplemente, que desfilan por estas páginas vinculados por la autora, me han llamado la atención el deseo fugaz de Casanova  de ser monje, la historia de Hipatia (¿habéis visto Ágora, de Amenábar?) que no por ser conocida impresiona menos (es un personaje histórico fascinante), y me ha parecido sumamente interesante el relato de cómo la Gran Compañía Catalana , liderada por Roger de Flor, e integrada por aragoneses, catalanes y valencianos, veteranos de guerra, esto es, mercenarios, entraron en el Imperio para contener a los turcos y se volvieron indomables, saqueando ciudades, pueblos, y el monte Athos. No sabía de la reparación del año 2005 del gobierno catalán. Debió de ser un periodo tremendamente traumático para que llegase la memoria hasta nuestros días. (De hecho los catalanes, hasta esa fecha, no podían acceder)
No puedo terminar esta entrada sin citar a Bruce Chatwin y a Patrick Leigh Fermor, ambos viajeros y grandes escritores de literatura de viajes. 
Chatwin, realizó un peregrinaje al monte Athos, y lo que supuso ese viaje. Tal vez, la enfermedad que ya había contraído en Australia (el por entonces casi desconocido SIDA) había hecho estragos en su salud no solamente física, sino psíquica y, seguramente, estaba muy sensible. Lo cierto es que quedó muy impresionado: “fue un viaje interior”.
Me gusta especialmente el final de esta parte, cuando Belmonte se aproxima al monte Athos por mar, por tierra, siempre admirándolo desde la lejanía, emocionada por su presencia y su ausencia, pues está muy cerca y por siempre, lejos:
“El Monte Athos siempre será para mí un objeto inalcanzable de deseo. Y debe seguir siéndolo (…)”
Athos es un mundo aparte, con sus propias leyes, su calendario, su horario, sus costumbres, sus prohibiciones… quizás el deseo de entrar en él sea más fuerte por cuanto que no es posible hacerlo. En cualquier caso, nuestra escritora se felicita por ello, porque también reconoce que con la apertura de los lugares al turismo, estos pierden su esencia. Se convierten en decorados. Y, ligado a esto, me pregunto cuántas cosas, viajes y experiencias, son más bellos cuando son meras ideas. Cuando “amamos la idea de”...
Vuestro turno.  Salud y largo viaje, lectores.
 

María Belmonte