El viaje de mi padre
Mi padre apenas viajó. Pero con 18 años hizo por obligación un viaje que le llevó a cruzar la Península Ibérica de punta a punta y que le marcaría por siempre, pues fue para ir a la guerra, de la que volvió milagrosamente, ya que le tocó participar en algunas de las peores batallas de la contienda civil española: la de Teruel y la de Levante, con un punto de inflexión en la Sierra de Espadán, en la provincia de Castellón, donde a punto estuvo de perder la vida.
Como sucede siempre, cuando mi padre me contaba esas historias yo no le hacía mucho caso y ahora me arrepiento de ello. Mi padre murió pronto y sus historias quedaron en ese limbo de la memoria en el que se desvanecen las vidas de los que nos precedieron y a los que no escuchamos cuando estaban vivos. Luego nos arrepentimos de ello y, como yo ahora, tratamos de reconstruir sus pequeñas historias con los retazos de lo que se quedó en el aire y aún alcanzamos a recordar y con la imaginación.
En honor de su amigo Saturnino y de mi padre, pero también por recorrer paso a paso un territorio, el que atraviesa la espina dorsal de la Península Ibérica, que sintetiza como muy pocos su esencia, me he propuesto llevar a cabo un viaje por él y hacerlo en los mismos meses en los que lo hicieron llevando a cuestas una de aquellas pesadas radios italianas con las que se comunicaba el Ejército español en los años treinta del siglo xx, para sentir lo que ellos sintieron siquiera sea referido al clima.
Por el camino, también, quizá encuentre las historias que mi padre me contó y a las que yo no presté atención como haría ahora si pudiera y que la geografía y los paisajes conservarán aun flotando como una pátina sobre ellos, pues la historia permanece en los lugares en los que sucedió como las palabras sobre la memoria.