Desde el capítulo 6 al capítulo 10, incluido
Queridas viajeras, queridos viajeros:
Seguimos con nuestro viaje lector, en Una habitación con vistas a Florencia, Fiesole, Roma, Windy Corner...
En estos capítulos, acompañamos a Lucy y a Charlotte, junto con toda una cohorte (¡hasta Faetón y Perséfone en su carro de oro!), a una excursión por Fiesole, la primavera, el amor... Y, es ahí, envuelta en un manto de violetas azules, donde George Emerson la besa. ¡La besa!, y ella se emociona, aunque no sabe muy bien qué le ocurre. No sabe distinguir la atracción de la confusión, del anhelo del amor. De resultas de ese beso “robado” que ha sido visto por la prima Charlotte (esa prima solterona, vieja y pobre), Lucy dejará precipitadamente la pensión Bertolini, rumbo a Roma, ciudad en la que conocerá a Cecyl Vise, un caballerete fatuo y displicente que no cesa en su empeño de conseguir que Lucy sea su esposa, y así, le propone, una y otra vez, matrimonio. ¡Tres veces! Dicen que a la tercera va la vencida y es en su hogar, la casa que mandó construir su padre, Windy Corner, allí donde vive con su madre y su hermano Freddy (al que no le hace especial gracia el pretendiente), en el jardín, donde finalmente, accede. ¿Cansancio? ¿Derrota? ¿Hartazgo? En otro momento, asistimos al primer beso de esta pareja, tan distinto del primero... sin pasión, sin alegría.
Los dos "enamorados" de Lucy son tan diferentes como difieren sus pretensiones respecto a ella. Por un lado, George la quiere libre, dueña de sus emociones, y por otro está Cecyl, que la ha ido descubriendo “como una obra de arte”, esto es, un objeto meramente decorativo, alguien a quien observar, contemplar, algo hermoso, bello, pero no libre, ni dueño de su libre albedrío.
Entretanto, sucede un hecho que nos desvela otro rasgo insoportable de Cecyl (un hombre sin ninguna pasión, ni pulsión, ni objetivo, ni meta, ni afición), y es que cuando sir Harry Otway, busca inquilinos lo suficientemente honorables para una de sus casas, Lucy le recomienda a las señoritas Alan, a las que conoció en la pensión Bertolini... y Cecyl, que había conocido (¡!) a los Emerson en Roma, frustra este plan, recomendándole a Otway que alquile su casa al padre y al hijo. Como le afea Lucy, comete una deslealtad hacia ella, porque ignora sus deseos, no se lo comunica, la opinión de ella no le importa (y, encima, se escuda en que le “ha metido un gol” a sir Harry Otway). De todo este embrollo de la casa para alquilar a “inquilinos adecuados”, por supuesto tenemos que fijarnos en el clasismo con el que se conducen todos (o casi todos), la frivolidad de la madre de Lucy, la inconsciencia de Freddy (aunque, tal vez, a él se le pueda perdonar: es muy joven aún y se ha educado en un ambiente superficial, clasista, de privilegio).
El argumento sigue avanzando, y nos ha dejado con la boca abierta, porque... ¿qué sucederá ahora que volverán a verse George y Lucy? ¿Dirá algo la prima Charlotte o seguirá ocultando el secreto del beso? (Por cierto, qué forma de victimizarse ante Lucy, cuando estuvieron hablando en la pensión, tras la excursión a Fiesole).
Copio aquí la reflexión (mejor dicho, el manifiesto) sobre los turistas que hace el señor Eager, cuando Lucy le responde que ella viaja por turismo:
-Estoy aquí como turista.
-Ah. ¿Es eso cierto?-dijo el señor Eager-. Si me disculpa la descortesía, le diré que nosotros, los residentes, sentimos a veces verdadera compasión por ustedes, los pobres turistas, a los que se traslada como paquetes de Venecia a Florencia y de Florencia a Roma, a los que se aloja amontonados, en pensiones u hoteles, ignorantes de todo lo que queda fuera de su Baedeker, sin otra preocupación que completar una visita y pasar a la siguiente. El resultado es que mezclan ciudades, ríos y palacios en un torbellino inextricable. Sin duda se acuerda de la joven americana en Punch que pregunta: Dime, papá, ¿qué vimos en Roma? Y el padre responde: Vaya, creo que Roma es el sitio donde vimos aquel perro amarillo. Un buen ejemplo de lo que significa viajar.
Algunos enlaces:
¿Seguimos viajando? ¿Nos leemos?
(Cuadro de Alesso Baldovinetti, el paisaje del fondo es el Valle del Arno).