4ª parte. Hasta el final.

Libro que estamos comentando
Como un suflé al que ves por la puerta del horno como se infla y sube mientras salivas esperando el momento en el que puedas abrir la puerta para disfrutarlo y, ya fuera del horno, compruebas con sorpresa y decepción como se desinfla ante tus ojos, así me ha pasado con la resolución de MUERTES POCO NATURALES.
 
Lo que contenía todos los ingredientes para convertirse en una interesante novela policíaca, con un crimen que no lo parecía, adornado con la fantasía de un cadáver con las manos cortadas, y otro mucho más evidente, aparecido en una caseta de avistamiento de aves en la costa del este de Inglaterra, se ubicaba en una comunidad cerrada de escritores, algunos de novelas de misterio, que muestran menos interés en descubrir al o a los asesinos que en sentirse seguros sabiendo que los culpables están viviendo entre ellos.
 
En el mismo momento en el que se comunica el descubrimiento del cadáver de Maurice Seton, dos policías, con métodos y responsabilidades distintas, se ocupan de investigar el caso, comprueban los últimos pasos de Maurice y dejan al descubierto las pequeñas miserias de los habitantes de Monksmere. El inspector Reckless, con su parsimonia oficial, contrasta con la intuición de Adam Dalgliesh, pero entre ambos no se da la sintonía personal ni profesional necesaria para que en la novela se produzca esa evolución gradual en el esclarecimiento del caso, en la que se desechen a algunos personajes como sospechosos y se ofrezcan pistas que permitan cerrar el círculo de los verdaderos culpables.
 
Dalgliesh inicia una investigación paralela que le lleva a los bajos fondos del Soho londinense de los años 60 del siglo pasado, a los clubes exclusivos donde no se permiten la entrada a mujeres y a los editores que se implican en la vida de sus escritores más allá de lo profesional. Con todos los detalles que le aportan los entrevistados, algunos ciertos y otros interesados, intenta reconstruir lo que pudo llevar a Maurice a la muerte: sus enemigos, los beneficiados de su herencia, sus relaciones con sus vecinos que lo odian, con su hermanastro y con los que aprecian su compañía. Adam vuelve a Monksmere confesando que intuye cómo fue asesinado en Londres y cómo apareció su cadáver en las playas de Suffolk, pero nada de eso se transmite a los lectores. 
 
En esta última parte seguimos leyendo sobre horas en las que los fallecidos fueron vistos por última vez, las personas con las que se encontraron, las rutas que se siguen para ir de las casas a las playas o los mapas de las mareas de la costa. Son detalles que hace tiempo dejaron de interesarme. Tanta investigación aparentemente científica se derrumba, como el ejemplo del suflé que había puesto al principio, porque no se traducen en hacer avanzar la investigación. 
 

En estos momentos, conviene recuperar la inquietud que se produjo en los capítulos 3 y 4 del libro primero, en los que la autora nos presentaba dos escenas diferentes protagonizadas una por Oliver Latham y otra por Alice Kerrison, la criada del señor Sinclair, que nos hacían sospechar que iban a tener relevancia en el desarrollo futuro de la trama. En la de Alice, la autora nos hace jugar al despiste; dice que tiene algo que enterrar con su amo, pero debe referirse a algún resto o hueso que las mareas dejan habitualmente en las playas. En la que se refiere a Latham, sí que tiene que ver con la resolución del caso, pero no en el sentido en el que suponíamos: ve llegar a Dalgliesh a la comunidad y le augura unas vacaciones poco relajadas. Solo al final seremos conscientes de que Latham siempre supo quienes fueron los responsables de la muerte de Maurice Seton y que su silencio malévolo y despreciable alargó innecesariamente la resolución del caso y permitió la muerte de los dos culpables, Digby y Sylvia Kedge.
 
La decepción por la forma en la que se produce la resolución del caso es notable. Ambientada en una escena de acción trepidante bajo una tormenta que amenaza con destruir la casa de Sylvia, Tanner's House, la autora nos descubre que es la propia Sylvia la responsable de las muertes. Adam Dagliesh debía de saber como ocurrió la muerte de Maurice, pero no debía de tener ni idea de la participación de la joven discapacitada, porque, si no, no se hubiese metido en la boca del lobo para intentar salvarla de la inundación con la que la tormenta amenazaba su casa.
 
Que todo se resuelva por la confesión que Sylvia había grabado en una cinta que llevaba en una bolsa impermeable colgada de su cuello, provoca una desilusión para los que hemos disfrutado con las novelas de P.D. James. En esa grabación, larga y prolija, la responsable de las muertes de los hermanos Seton se muestra como una mujer inteligente, despiadada y vengativa. Confiesa cómo urdió los detalles de ambas muertes y las llevó a cabo a pesar de su discapacidad. ¿Hasta dónde habría llegado? ¿A acabar con todos aquellos que la minusvaloraban y se aprovechaban de su deficiencia física? Esa larga confesión quita valor a la evolución de la novela y deja sin sentido a los detalles que la investigación de Reckless y Dalgliesh se han esforzado en mostrarnos en las páginas anteriores. Todo auguraba una resolución del caso a la altura de sus protagonistas, sin embargo, la confesión grabada en una cinta, además de improbable, resulta un chasco de categoría. No es mejor novela de P.D. James, seguro.