Y 4, La voz a ti debida

Libro que estamos comentando

LA VOZ A TI DEBIDA, y 4

 

 

Buen día personas amantes de la poesía (y el amor):

Esta semana acabamos nuestra lectura. Leeremos desde el poema Entre tu verdad más honda (p. 102) hasta el final del poemario.

 

Como muy bien habéis podido comprobar, la exaltación de los primeros poemas se ha ido sosegando y se han abierto paso las dudas y la sensación de ausencia. Esta semana la lectura nos lo va mostrar claramente.

De hecho, los títulos de los primeros versos ya vemos que encierran una desazón: No preguntarte me salva, Me estoy labrando tu sombra, Te busqué por la duda, A ti solo se llega por ti

 

Y después de la desazón, inevitablemente, algunos llevan al dolor “última forma de amar”, como en No quiero que te vayas (p. 115).

Y del dolor… a las lágrimas solo hay un paso. Lágrimas de la amada en el poema Tú no las puedes ver (p. 111), lágrimas del yo poético en el poema siguiente: ¡Si tú supieras que ese (p. 112). Y lágrimas de ambos en el poema No en palacios de mármol (p. 118) en el que los dos fueron “atravesando mares hechos de veinte lágrimas, diez tuyas y diez mías” que terminan convertidas en las cuentas de un collar.

En efecto, en esta última parte del poemario, el ambiente general es de desaliento, y el máximo ejemplo lo encontramos en Cuando tú me elegiste (p. 113), en el que el yo poético termina diciendo que tras el final del amor ha

 

Vuelto al osario inmenso

de los que no se han muerto

y ya no tienen nada

que morirse en la vida.

 

Y fijaos la coincidencia textual con esta declaración del poeta que he encontrado recogida en el prólogo de la edición de la trilogía con la editorial Cátedra: “Y el hombre o puede morir en verdad materialmente o puede seguir viviendo, sí, pero sólo exteriormente. Puede seguir viviendo como un cadáver en pie, según nos dice Espronceda al final del Canto a Teresa, con el corazón hecho pedazos, fingiendo vivir en actos externos, pero destrozado en su alma”.

 

 

Pero no quiero acabar con este final desolador, con la herida abierta del yo poético. Prefiero que nos quedemos con la voz del poeta en Para vivir no quiero de la página 50, el momento mágico y central de poemario, y posiblemente su poema más conocido, con sus inolvidables últimos versos:

 

Y vuelto ya al anónimo

eterno del desnudo,

de la piedra, del mundo,

te diré:

“Yo te quiero, soy yo”.

 

Y continúo la despedida ascendente que me he propuesto con estos dos poemas que os transcribo a continuación. El primero —muy ligero— pertenece precisamente a su primer libro: Presagios de 1924 y dice así:

 

Anoche se me ha perdido

en la arena de la playa

un recuerdo

dorado, viejo y menudo

como un granito de arena.

¡Paciencia! La noche es corta.

Iré a buscarlo mañana…

Pero tengo miedo de esos

remolinos nocherniegos

que se llevan en su grupa

—¡Dios sabe adónde! — la arena

menudita de la playa.

 

Y para acabar, aquí dejo este otro poema que pertenece a su último libro, Confianza, editado póstumamente en 1954 (el poeta falleció en 1951); y que para mi gusto refleja y trasciende el ansia de alas de todo el poemario de La voz a ti debida:

 

El pájaro

 

¿El pájaro? ¿Los pájaros?

¿Hay sólo un pájaro en el mundo

que vuela con mil alas, y que canta

con incontables trinos, siempre solo?

¿Son tierra y cielo espejos? ¿Es el aire

espejeo del aire, y el gran pájaro

único multiplica

su soledad en apariencias miles?

(¿Y por eso

le llamamos los pájaros?)

 

¿O quizá no hay un pájaro?

¿Y son ellos,

fatal plural inmenso, como el mar,

bandada innúmera, oleaje de alas,

donde la vista busca y quiere el alma

distinguir la verdad del solo pájaro,

de su ausencia sin fin, del uno hermoso?

 

 

Un abrazo en poesía,

Estrella Ortiz