Hasta el capítulo 2, incluido

Terrinches. Castilla-La Mancha

Hola, amigas, amigos:

Empezamos con la lectura de “La sed. Una historia antropológica (y personal) de la vida en tierras de lluvia escasa”, de Virginia Mendoza.

Esta semana, conversamos en torno al prólogo y los dos primeros capítulos de la Primera Parte. La lectura del prólogo es interesante y necesaria, puesto que nos sitúa en la estructura y características de la obra, así como en las metas que esta persigue:

“Este libro no es una memoria ni un ensayo, sino un híbrido. A partir de recuerdos de infancia relacionados con la aridez, he querido entender porqué en La Mancha el vino, el pan, el aceite y el tocino son omnipresentes. De dónde venimos y por qué nos fuimos. Por qué nos quedamos quietos y empezamos a pedir la lluvia a divinidades. Por qué tantos motines del hambre estuvieron precedidos por años de sequía. Por qué en mi pueblo está tan presente un labrador que vivió en Madrid hace novecientos años. Cómo hemos intentado controlar la lluvia y retener el agua tanto con métodos tradicionales como científicos”.

Se trata de una historia que arranca en lo particular, en la vivencia, en lo concreto, para hacerse universal, lejos de limitarse a nuestro contexto más cercano, busca lo que ocurre en otras partes del mundo, por supuesto, no solo a los blancos ni a los seres humanos, sino también a los animales, a las plantas, a nuestro medio natural.

Estas idas y venidas, de lo concreto y más cercano como puede ser nuestro país, al mundo, y de la historia más cercana a la más lejana, nos dejan reflexiones y pensamientos muy valiosos:

“Las fotos de la prensa de aquel verano reflejan que a menudo los sedientos y los ahogados compartimos historia y somos dos caras de una misma moneda. Mientras algunos niños bajaban a protestar al fondo de un río seco en Villanueva, otro niño subía al tejado de su casa para frenar la inundación de su pueblo. Ambos quedaron retratados”.

“La sed ha estado detrás de grandes adaptaciones anatómicas y metabólicas, de innovaciones, revoluciones y colapsos a lo largo de nuestra historia”.

“El mundo lleva alrededor de cincuenta millones de años enfriándose y secándose, una paradoja que espolea sin pretensiones el negacionismo climático”.

“Algunas de estas causas(del cambio climático) a menudo confluyen, ya que nuestro sistema climático depende de varios factores, como son la atmósfera-que además de permitirnos respirar se encarga de mantener una temperatura media de quince grados mediante sus gases de efecto invernadero-, el efecto invernadero- que su estado natural equilibra la energía que recibe y emite la Tierra pero que hemos aumentado artificialmente contribuyendo a un calentamiento global-, las corrientes oceánicas-que contribuyen a este equilibrio en su interacción con la atmósfera-y, finalmente, la radiación solar. A todo esto hay que añadir un nuevo detonante: nosotros y nuestras acciones”.

“El descontrol del regadío, la sobreexplotación de acuíferos, la degradación del suelo y el abandono de la tierra, unidos a un cambio climático que provocará sequías cada vez más intensas y prolongadas, están aumentando el riesgo de desertificación de la península”.

Cuando ya casi estamos terminando el prólogo, es natural caer en un cierto pesimismo, pero Mendoza nos advierte:

“Tampoco sirve de nada caer en el pesimismo, porque pesimista es quien ha decidido no hacer nada por cambiar las cosas dado que, según su lógica, no van a cambiar. Sólo el optimismo, racional y no de taza cuqui, puede impulsarnos, no por un designio divino, sino por la voluntad de arreglar lo que hemos roto sabiendo que aún hay algunas piezas que se pueden reparar. No hay acción sin esperanza.

Necesitamos recuperar la conciencia de especie, sin perder de vista que conformamos un todo con la naturaleza y que no todas las personas tenemos la capacidad de dejar la misma huella y, por tanto, de reducirla”.

Quiero destacar las historias que va hilvanando la autora, como las de las calabazas de agua, el paloduz para atenuar la sed, algún posible porqué sobre la costumbre de, en zonas áridas, comer tocino (y grasa sobre grasa) mientras que se desprecian las verduras, como algo para animales herbívoros. Todas estas historias, casi costumbristas, pienso que nos ayudan a entender ciertos comportamientos, mentalidades y saberes tradicionales que se han ido perpetuando durante generaciones. Porque lo importante es unirnos, sentirnos como una especie... y, para eso, hay que conversar, leer, escuchar, comprender. No queda otra.

De las migraciones primeras (y la evolución de nuestra especie) que nos va contando Mendoza con ese espíritu didáctico que intenta llegar a los no entendidos, me han sorprendido muchos detalles, y, aunque sabía (efectivamente, ha tenido mucha repercusión en prensa) que los Neanderthales habían sido ninguneados, me ha maravillado toda esa parte. Pensar que eran coquetos, que poseían inteligencia y sensibilidad artística, que a su modo, se comunicaban, que se mezclaron con los sapiens, que dentro de nosotros hay un porcentaje neandertal...

Destacar, por último, que, claramente, podemos vincular esta lectura con el ODS 6 “Agua limpia y saneamiento” y el ODS 13 “Acción por el clima”.

Apenas estamos adentrándonos en “La sed”, pero creo que podemos comenzar a conversar... ¿Habéis anotado/subrayado tantas citas como yo? ¿Se os ha quedado la impresión de que somos insignificantes, pizca de polvos de estrellas y, a la vez, universos al completo? Esta cura de humildad, como especie, nos vendría muy bien... 

Web de Virginia Mendoza

(Fotografía de Terrinches, (Ciudad Real), el municipio del que procede Virginia Mendoza).