y 4 LA POESÍA DE LOS ÁRBOLES

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y 4 LA POESÍA DE LOS ÁRBOLES

 

Estimados amigos y amigas ATRAPAVERSOS:

Esta es la última semana, 24 de abril, que vamos a dedicar a nuestra verde Antología. Acabaremos el poemario con el poema 75 “El tiempo de las plantaciones” de Julia Otxoa, página 190.

 

Para empezar, un par de comentarios que se me quedaron de la semana pasada:

 

Precioso el tilo de César Vallejo “El libro de la naturaleza” (46) en el que se juega con la afinidad de sentido de las hojas de un libro (de la naturaleza, de la vida, de la sabiduría) con el de las hojas del árbol. Y como algunas de estas hojas (de árbol) están sueltas sus páginas (en el suelo, en el agua) el poeta ve que se han convertido en naipes. Unas cartas que le invitan a ver su futuro.  El poema sigue el siguiente esquema “argumental”: invocación al árbol y luego el yo poético habla de lo que ve en sus naipes. El esquema se repite tres veces y acaba con la invocación final de cuatro exclamaciones. El árbol es profesor, rector, técnico. El yo poético es buen alumno, mal alumno y alumno. Hay una repetición (tres veces) de un verso que podríamos llamar estribillo y que dice: “leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca”.

El poema es magnífico, rítmico, visual, telúrico (esdrújulo todo él). Acercaos desde la visualización, la imaginación, más que desde la mente racional. Ojalá os atrape, como lo ha hecho conmigo.

 

Respecto al poema 14 “Esta canción estaba tirada por el bosque” de Franklin Mieses Burgos, comentaros que está compuesta en alejandrinos, versos de catorce sílabas, lo cual imprime a la pieza un aire muy solemne. Os sugiero que esta composición la leáis en voz alta: vais a comprender esa solemnidad a la que me refiero, y que está producida por sus acentos rítmicos.

A propósito de ello también os destaco el poema 22 de Rafael Alberti, “Han descuajado un árbol”, en cierto sentido por lo contrario, pues aunque está compuesto en endecasílabos (salvo los primeros versos), asimismo una forma de metro muy elegante, os invito a que percibáis cómo el ritmo del poema es un poco más “accidentado” que el anterior debido en parte a sus encabalgamientos, que no lo dejan fluir del todo. Claro que ellos bien pueden reflejar el tema que narra el poeta: la desazón por la muerte del árbol.

 

A estas alturas ya os habréis dado cuenta de la cantidad de poemas que hablan del hacha, del árbol abatido, siempre como tragedia, con mucha piedad hacia el árbol indefenso. Todos ellos son sobrecogedores, por su originalidad os destaco el de Jules Supervielle (55), “En el bosque sin horas”, porque su imagen me parece poderosísima: el poeta habla a los pájaros, les dice que busquen sus nidos, no en el árbol abatido en el suelo, sino en el “vacío vertical”, en ese “alto recuerdo / mientras aún murmura”. En fin, impresionante ese espacio que aún murmura, donde hace un momento estuvo el árbol, y que nos invita a ver (y escuchar) el poeta.

 

Para acabar…  una pequeña confidencia: a lo largo de los años yo también he ido “coleccionando” poemas de árboles sin un fin concreto, por pura afición. Son muchos los que tengo y curiosamente en su mayoría no coinciden con los de la antología (no es tan extraño si tomamos en cuenta que es un tema muy amado por las y los poetas), salvo el que os copié de Anna Ajmátova en la segunda entrada y poco más. Por disciplina para conmigo misma limitaré mi entusiasmo y solo os pondré uno que me gusta mucho. Es de la poeta mexicana Rosario Castellanos, se titula “La palmera”, y dice así:

 

Señora de los vientos,

garza de la llanura,

cuando te meces canta

tu cintura.

 

Gesto de la oración

o preludio del vuelo,

en tu copa se vierten

uno a uno los cielos.

 

Desde el país oscuro de los hombres

he venido a mirarte, de rodillas.

Alta, desnuda, única.

Poesía.

 

Me parece maravilloso que la autora equipare a la palmera con la poesía (alta, desnuda, única). Si tenéis la suerte de vivir cerca de alguna palmera, abandonad temporalmente el “país oscuro de los hombres” y miradla, miradla (no hace falta que sea de rodillas) y escuchad cómo canta su cintura.

 

Feliz semana primaveral, nos vemos, si es vuestro gusto, la próxima semana en los versos griegos de la Antología poética de Constantin Cavafis.

¡Salud y Poesía!

 

Estrella Ortiz

 

 

ANEXO POÉTICO

 

Como lo prometido (en el chat) es deuda, aquí van en anexo dos de los más famosos poemas de árboles de nuestra literatura, y que no aparecen en esta antología.

Son archiconocidos, seguro que los conocéis los dos, pero una relectura nunca viene mal.

El poema de Antonio Machado “A un olmo seco” nos viene muy a propósito para levantar ánimos al corazón: la esperanza en el milagro de la primavera. Y el de Gerardo Diego “El ciprés de Silos” os sugiero que lo toméis como un juego de imaginación, pues son tantas y tan arriesgadas las imágenes con las que el poeta identifica al ciprés, que merece la pena detenernos un rato en ellas para visualizarlas en su pleno sentido. Podríamos decir que lo que vamos a hacer es un ejercicio de metáforas.

 

A UN OLMO SECO. Antonio Machado

 

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido.

 

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

 

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

 

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

 

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

 

 

EL CIPRÉS DE SILOS. Gerardo Diego

 

Enhiesto surtidor de sombra y sueño,

que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza,

devanado a sí mismo en loco empeño.

 

Mástil de soledad, prodigio isleño,

flecha de fe, saeta de esperanza.

Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,

peregrina al azar, mi alma sin dueño.

 

Cuando te vi, señero, dulce, firme,

qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú, vuelto en cristales,

 

como tú, negra torre de arduos filos,

ejemplo de delirios verticales,

mudo ciprés en el fervor de Silos.