La joven de las naranjas: hasta pág. 120

Libro que estamos comentando

«El cuento vive en nosotros, vive con nosotros. Somos cautivos del cuento. Más allá de toda división política, cultural e histórica, el cuento proporciona a la humanidad en su conjunto una lengua materna común», asegura el reputado Jostein Gaarder (Oslo, 1952).

Después de leer La joven de las naranjas no podemos negar que Gaarder es un excelente narrador, que escudriña en el alma del lector hasta retorcerla, hasta emocionar, que sabe dosificar, que sabe enganchar, que sabe cómo nadie que el género «cuento tradicional» murió en una noche estrellada de hace muchos años. Confirmada la defunción, Gaarder inventa el CUENTO del siglo XXI, o por lo menos coloca las primeras bases y reglas (Blancanieves, La Bella Durmiente, Cenicienta y la Coca cola son citadas reiteradas veces de forma intencionada y nada causal).

A grandes rasgos, un padre, sabiendo de la poca existencia que le resta de vida, decide contarle a su hijo una historia. Una historia insignificante si la comparamos con la grandiosidad del Cosmos. Y lo hace como se ha hecho desde tiempos pretéritos: en forma de cuento. Un cuento escrito en un viejo ordenador que años más tarde el hijo leerá, nos leerá. Y lo de siempre: chico conoce chica. Y se enamora. Y viceversa. Pero hay algo más: el Mundo, la Vida como cuento.

Me atrevo a decir que Gaarder (un libro por año) no ha visto El sol del membrillo, yo sí. Y recuerdo perfectamente como Antonio López observa uno a uno los membrillos del membrillero que pretende «fotografiar». Así que cuando trepé a la rama 85, La Joven de las Naranjas quedó al descubierto. Todas las naranjas por el suelo y más de la mitad del libro por delante. Pero el nombre-fisonomía-semblante de la chica es lo de menos. A partir de ese momento Jostein Gaarder le da la vuelta al calcetín y nos arrastra hasta su objetivo final: relatarnos lo misterioso que puede ser el Universo y la vida diaria. «Si eliges vivir también, eliges morir», le recuerda, por escrito, el padre al hijo once años después de expirar.

La pregunta consiguiente que arroja al hijo es si valió la pena nacer y vivir, y el sufrimiento ahora de morir, dejando a medias su historia y un hijo pequeño, eso explica Gaarder, en el libro dando uno de sus habituales saltos trascendentes: «la respuesta a ese absurdo la tiene el hijo», depende de lo que haga de su vida habrá tenido sentido.

Gaarner afirma: “Por eso me gustaría que los jóvenes celebraran cada mañana el nuevo día, según esa vieja idea del «carpe diem», en lugar de aburrirse ante una consola», «que cierren este libro, apaguen esa película y salgan a vivir directamente ese misterioso enigma de la naturaleza en que vivimos». El padre ha empezado a contar a Georg el fabuloso encuentro que tuvo de joven, con una enigmática muchacha que llevaba un bolsón de naranjas, y cómo su atrayente misterio lo llevará a seguirla hasta Sevilla, un lugar que Gaarder visitó ya en «Maya» y siempre que ha querido ver «la luz de Goya».

El erotismo del enamoramiento

Al final del relato, en que se cruzan el del adolescente «a medida que recupera la lejanísima memoria de un padre al que apenas conoció», y el propio que le hace el padre, avanzando desde el pasado, Georg termina descubriendo que aquella fantástica joven que fue a estudiar pintura a Sevilla y, a partir de un choque fortuito en Oslo y un cesto de naranjas derramado, fue capaz de arrastrar a su padre detrás, es esa mujer aparentemente corriente que vive en su casa desde que nació: Su madre.

Gaarder, que dice resistirse a «enseñar nada a nadie», espera «despertar en los jóvenes la curiosidad por conocer el erotismo del enamoramiento» y «el amor de verdad, ese estado especial capaz de crear» y que sintoniza «con el universo, pero también con la vida y la muerte», explica el autor de «El espejo y el enigma» y «Vita Brevis». Pues «toda pareja debe saber que el amor tiene su fin, por divorcio o por la muerte de uno, el amor comporta el ser y el no ser». Gaarder, que pregunta lo más serio con brumosa suavidad nórdica en vez de con indignación, cree que tras «La joven de las naranjas» los jóvenes podrán preguntarse «qué es de verdad lo importante», si las paredes de su habitación o «cómo mirar el enigma del mundo en que vivimos».

Acabo:

La Joven de las Naranjas no es sólo una historia de amor, es algo más. Búscalo. Si eliges vivir, también eliges leer.

Vuestro turno comienza ahora. Opiniones, pareceres, todos vuestros comentarios enriquecen la lectura compartida de esta novela que cierra la temporada de lectura.

Esta semana leeremos hasta la página 120 de mi edición: “¿Me sigues, Georg? Una vez más me he sentado delante del ordenador…”

Me gustaría saber que pensáis sobre una cuestión: ¿Sufre Georg una transformación Durante el proceso de lectura de la carta la carta?

Creo que no solo conoció a su padre, sino que comienza a sentirse mayor, un adulto. Y como adulto comienza a comportarse con otros miembros de la familia, demostrando efectivamente con sus acciones que ha madurado mucho.

 

Feliz semana de lecturas

Saludos

Alejandro