Desde el capítulo 16 hasta el final de la novela
Queridas viajeras, queridos viajeros:
Llegamos al final de nuestro viaje lector, acompañando a Juan de Olid y los suyos por tierra de “moros y retintos”.
En esta última parte de la novela, nuestro héroe regresa con el cuerno de lo que cree que es un unicornio, y los pocos amigos y ballesteros que aún quedan con vida. Es este relato un viaje de la pérdida: poco a poco va desgastándose y acabándose todo, la juventud, el vigor, los dientes, la salud, la vida.
Es, sin duda, un tramo arduo y áspero, muy áspero, en el que Juan de Olid ha de ir despidiéndose de sus fieles amigos... tal vez al que más llora es a fray Jordi, pero también siente la pérdida de Andrés de Premió. Las batallas, traiciones y escaramuzas en las que se ve envuelto se suceden sin descanso, en un regreso trepidante repleto de desdichas y de penalidades. Sin embargo, Juan de Olid no deja de soñar hasta el final:
“Y yo daba en pensar cómo habría de ser mi vida cuando tornara a Castilla y cómo habría de recibirme el Rey nuestro señor y querría que me sentara a su lado en aquella ventana del alcázar eu da al río de Segovia y me haría contarle muy por lo menudo todas las penas y trabajos que por su servicio habíamos padecido en la tierra de los negros. Y luego mandaría decir misas por los muertos en la Iglesia Mayor y le haría grandes mercedes al monasterio de fray Jordi y a nosotros nos colmaría de regalos con aquella su liberalidad y franqueza.”
Cuando al fin nuestro Juan de Olid llega al mar y es “rescatado” por la marinería portuguesa, crece en él, de nuevo, la esperanza, mas no es más que un prisionero de aquellos hombres que navegaban por el Rey de Portugal, alzando las cartas de marear. Y sigue y continúa siendo prisionero, si bien pergeña su huida para reunirse con su dama amada, la señora Josefina de Horcajadas. Menos mal que no lo hace, porque estando en el barco (encerrado en él), le llegan las nuevas, la dama falleció de sobreparto, pero antes fue esposa de un moro (con lo cual la mentira que enarbolaba la comitiva para explicar el viaje se convirtió en verdad) y le dio hasta cuatro hijos. Han pasado diecisiete años, diecisiete largos años y esta sorpresa funesta no será la única que nuestro protagonista se lleve. Alcanzada la costa de Portugal, el Rey le escucha, lo atiende y le encarcela de nuevo, esta vez en Sagres, en un castillo bien pertrechado de hombres armados. Le promete que en breve le liberará, cuando ya no sea un peligro todo lo vivido, todo lo descubierto, para el reino de Portugal.
Sin embargo, pese a encontrar a una buena mujer (no muy agraciada y no muy joven, pero es que nuestro Juan de Olid tampoco ya lo es), proyecta escaparse y lo hace, de manera ingeniosa, porque si algo ha aprendido este hombre es a utilizar el ingenio. Se lleva con él los huesos de su amigo mezclados con el hueso del supuesto unicornio... y huye hasta tierras de Castilla, para descubrir que todo su mundo se ha perdido. El rey, muerto hace largos años, el condestable Iranzo muerto también... Solo le queda rendirle sepultura a los huesos de fray Jordi y viajar hasta el monasterio de Guadalupe, para darle al rey lo que por derecho y mandato le pertenece.
Creo que la manera en la que el autor introduce los sucesos históricos de la época es fascinante, como la partida de Cristóbal Colón hacia las Indias, o la pugna entre el Reino de Portugal y el Reino de Castilla por hacerse con los nuevos territorios y cartografiar el mundo conocido y el aún por conocer.
No dejéis de leer la parte final, en la que Eslava Galán repasa a los personajes históricos de la novela y nos pone en la pista de Juan de Olid.
Os dejo este enlace con la noticia del hallazgo casual de las “momias” en el monasterio de Guadalupe, en 1946.
¿Nos leemos?