Julio, agosto y septiembre

Libro que estamos comentando

Queridas viajeras, queridos viajeros:

¿Cómo habéis pasado el verano en el Luberon?

Los tres meses de los que nos vamos a ocupar esta semana, julio, agosto y septiembre, podemos dividirlos en la normalidad, lo extraño, y la normalidad... si es que en la Provenza de los años 80 (y de Peter y Jennie) podemos hablar de “normalidad”.

En julio, Peter y Jennie hacen una visita a un amigo que se ha comprado una casa en Ramatuelle, a pocos kilómetros de Saint Tropez. Colas interminables de caravanas, campistas que se precipitan a la carretera para pasar el verano en la Costa Azul. ¿Por cierto, habéis hecho camping en caravana, o en tienda? ¿Sois campistas o alérgicos al camping?

 “La gente cuyos negocios dependen de la explotación de la Côte d’Azur cuentan con una temporada limitada, y su anhelo por hacerse con tu dinero antes de que llegue el otoño y acabe la temporada de las barcas de goma hinchables es palpable y molesta. Los camareros se impacientan por recibir propinas, los tenderos parece que te vayan a morder si tardas demasiado en decidirte y luego se niegan a aceptar billetes de 200 francos porque hay demasiadas falsificaciones. Flota en el aire una codicia hostil, tan patente como el olor a ambre solaire y a ajo. Los forasteros son clasificados inmediatamente como turistas y tratados como estorbos, mirados con ojos poco amistosos y tolerados si pagan en metálico”.

A mí me ha recordado a partes de nuestra costa...  

El humor continúa llegando de la mano de los vecinos del Luberon, como Massot (no sé si definir esto como humor) que quiere anunciar un campo de minas en los alrededores de su propiedad para espantar a los campistas alemanes, porque en el Luberon, también hay campistas. Y en agosto, la cosa irá a peor. A mucho peor.

Y es que...

“Era dogma aceptado que en cualquier época del año, pero en especial en verano, los responsables de la mayoría de problemas de esta vida eran extranjeros de uno u otro pelaje”.

Me ha hecho mucha gracia la parte del café de Carvaillon, cuando los padres han de llevar al niño al retrete y este es una Toilette a la turque, una especie de agujero incomodísimo... y, qué me decís de la luz ¿? ¿A cuántos de nosotros se nos ha apagado la luz en un baño de un bar, de un restaurante? Es incomodísimo.

Mendicucci hace planes para instalar la calefacción central en agosto, se prevé ya agujeros, polvo por todas partes, ruido, y gente entrando y saliendo... “tenía una ventaja, dijo Menicucci, mantendría a los huéspedes a raya durante algunas semanas...”

Pero, hasta entonces, acogen al Peor Huésped del Mundo, su amigo íntimo Bennett, que es una perita en dulce, el rey en el universo de los gafes (si hasta incendia el coche de alquiler ¡!) Es este amigo el que les recomienda ir al viejo café delante de la antigua estación en Bonnieux, un sitio sólido y serio, un restaurante familiar al que han de ir antes de que la patronne empiece a pensar en la jubilación. Un sitio para comer abundantemente y rodeado de todo tipo de personas de diversa clase social, hermanados por el sopor de las comilonas que la madame decide que han de comer. Existe, hoy en día, un Café de la Gare en el mismo sitio... pero es más moderno y abre los siete días de la semana. No sé si mantendrá el espíritu de la madame.

Finaliza julio con la asistencia a una partida de petanca en campo propio, esto es, con reglamento del Luberon. La regla más importante es  que se aceptan las trampas, pues estas hacen el juego más entretenido. Es en la cena posterior donde sus amigos les vuelven a insistir para que se marchen de la Provenza en agosto:

“Durante el mes de agosto, nuestros amigos habían alquilado su casa a una familia inglesa y, con el importe del alquiler, iban a pasar el mes en Paría. Según ellos, todos los parisinos iban a bajar a Provenza, acompañados de  varios millares de ingleses, alemanes, suizos y belgas. Las carreteras estarían intransitables, los mercados y restaurantes llenos a más no poder. Los pueblecitos tranquilos se volverían ruidosos y todo el mundo, sin excepción estaría de un humor de perros. Quien avisa no es traidor. “

Me pregunto si esto es así en la actualidad. Me temo que en agosto se llena toda Francia de turistas, también, París (pese al calor).

Pero, claro. “Julio había sido mucho menos oneroso de lo previsto y estábamos seguros de que podríamos capear agosto con facilidad.” Spóiler: se equivocan.  

En agosto, al fin, comienzan las obras de la calefacción central. Y la Provenza se llena de “los nativos de agosto” esos que hacen que el pan se termine, los que colapsan las carreteras y no dejan ni una mesa libre en el restaurante. Esos que dejan dinero, sí, pero que complican la vida de los lugareños hasta extremos increíbles. Eran raros, peculiares.

Esta muestra de diálogo entre un marido y su mujer es tremenda:

“Qué puesta de sol tan preciosa, dijo ella. Sí. replicó el marido, muy impresionante para un pueblo tan pequeño.”

Agosto fue un mes extraño: padecieron una tormenta grandiosa, Faustin les tomó el pelo con su peculiar humor zumbón, asistieron a una fiesta elegante en medio del campo que perdió toda elegancia ante el mistral y la música de Little Richard, asisten a una carrera de cabras y apuestan por las tres ganadoras (que pierden), casi todas las noches se quedan en casa, excepto en una ocasión en que acudieron a cenar a un pequeño restaurante en Goult... pero era el día de la fiesta mayor y estaba todo lleno. Allá se encuentran con Monsieur Aude, el artista ferronier de Saint Pantaleón que había descubierto que se ganaba mucho dinero con las copias de los muebles del siglo XVIII y XIX...

“Agosto había sido un mes extraño, estábamos contentos de que terminase para que la vida volviese por sus derroteros anteriores, con carreteras vacías, mesas disponibles en los restaurantes y Menicucci de nuevo en pantalones largos.”

En septiembre vuelven los amigos, las segundas residencias se cierran a cal y canto, y se comienza a compartir las anécdotas vividas en agosto. Sobre todo, los Dichos de agosto que han ido recopilando.

“La primera mitad de septiembre nos pareció una segunda primavera. Los días eran secos y calurosos, las noches frescas, la atmósfera maravillosamente nítida después del bochorno neblinoso de agosto.”

En septiembre comienza la temporada de caza, con todos los rituales asociados, el ruido, la parafernalia, los perros, las indumentarias de los cazadores. Al fin está lista la calefacción, y Menicucci les obsequia con el encendido de la caldera, a tope, durante 24 horas, por si acaso hay fugas. Y la vendimia con Faustin, pesimista hasta el final, que está esperando que algo pase para que se estropee la cosecha. “A ver si va a llover”, “ a ver si no se estropea el tiempo”, “debería hacer más calor”, “no nos confiemos”...

La vendimia despierta en Peter el deseo de hacerse con una buena bodega, una buena cave, y se lanza a recorrer los caminos para degustar y comprar vinos de todo tipo... Aunque no quiere comprar muchas botellas, es difícil resistirse cuando el vendedor te hace imaginar cada uno de los platos que acompañarían de manera espléndida a cada tipo de vino...

En fin, dejamos a Peter y a Jennie un poco mejor instalados en su casa provenzal, pero siempre habrá anécdotas, imprevistos y visitas inesperadas para que se entretengan y, de paso, nos entretengan a nosotros también.

 

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