3ª parte. La peste bubónica. Hasta el capítulo 11.

Libro que estamos comentando
Cubierta de la edición en italiano de Marea incierta.

Continúan las estrecheces econónmicas en la casa de socorro. Es una constante en la novela que Hester, y sobre todo Margaret, dediquen buena parte de su tiempo a pensar en cómo llegarán a fin de mes, metafóricamente hablando, y a buscar filántropos que ayuden a sostener con sus libras y sus soberanos una economía que depende de las aportaciones voluntarias privadas. 

Carbón, medicamentos, vendas, patatas, pan, fruta, mantequilla y mermelada son los bienes más habituales que llegan a la casa para cuidar y alimentar a las mujeres acogidas. Algo de carne de cordero completa la lista, sobre todo para ofrecer unos caldos reparadores que sirven habitualmente de cena.

Pero hay un producto que es la verdadera estrella y que consumen tanto enfermas como el personal que allí trabaja. Lo que siempre se ofrece para recuperarse del cansancio o levantar el ánimo es un buen tazón de té. Nada mejor que una costumbre tan británica para salvar los momentos en los que el ánimo decae.

No están pasando buenos momentos en la casa. Se narra con claridad el trabajo ingrato y nada reconocido de acoger a las prostitutas que llegan heridas o hambrientas al establecimiento. Hester, Margaret y las demás me recuerdan a esas congregaciones de monjas que se dedican a cuidar de enfermos y menesterosos sin recibir nada a cambio, salvo reservarse un hueco en el cielo. 

En otros casos, las mujeres son depositadas allí como un último recurso, donde se les ofrece tratamiento, no sabemos si mejor o peor, que en los hospitales públicos. Este es el caso de Ruth Clark, que llega allí porque la lleva  Clement Louvain, personaje al que ya conocemos por contratar los servicios de William Monk para recuperar los catorce colmillos de marfil con los que se abre la novela.

Lo que parecía que iba a formar el enigma principal de la novela, el robo de los colmillos, se soluciona a mitad del texto de una manera un poco descuidada. Ya sabéis, fue el barquero el que los robó, por encargo del rival de Louvain en los negocios de comercio con Oriente. Queda todavía por resolver la muerte de Hodge, el tripulante del Maude Idris, que apareció muerto el mismo día del robo; y a resolverlo se quiere dedicar Monk por esa especie de orgullo profesional con el que ejerce su trabajo de detective privado.

Monk pide ayuda y asesoramiento legal a Oliver Rathbone para que puedan desentrañar este misterio. Estoy seguro de que este enigma acabará resolviéndose al final de la obra y que tendrá sentido con los nuevos acontecimientos que están sucediendo en Portpool Lane.

En la casa parece habitual que fallezca alguna de las mujeres que allí llegan, pero dos muertes seguidas, entre ellas la de Ruth Clark, causan profunda preocupación en Hester. Ruth aparece muerta una mañana, con signos inequívocos de que ha sido asfixiada con la almohada. Un examen más detallado permite descubrir peligrosos bubones que presagian que estaba contagiada con la peste negra, una enfermedad que, por los años en los que sucede la novela, 1863, era solo un recuerdo de la gran catástrofe que tuvo lugar en Londres en 1665. Hace unos años, durante la pandemia, leímos en LETRAS ROJAS el libro de Daniel Defoe, El diario del año de la peste, en el que se relataba en forma de crónica el desastre de lo sucedido en 1665.

Hester, ante esta nueva situación, tiene que tomar decisiones drásticas y rápidas. Nadie puede salir de la casa, para que la enfermedad no se contagie y para que no llegue la noticia a oídos de las autoridades y a la sociedad en general. Parece una decisión muy controvertida el no informar a los responsables de la ciudad de Londres de la muerte de Ruth. Nadie podrá entrar ni nadie podrá salir, pero mucho me temo que no será fácil ejercer un control tan eficaz que la casa de socorro se convierta en un espacio impermeable, sin que el temor a la enfermedad rompa el círculo alrededor de ella.

"Tenemos que parar esto cueste lo que cueste- dijo con voz ronca-. Si corre la voz, la muchedumbre asediará este lugar, habrá quien traiga una antorcha y quemará la casa con todos los que estén dentro." 

Un peculiar personaje, el cazador de ratas Sutton, ejerce de contacto entre lo que pasa dentro y los de fuera: Monk, Margaret, Oliver Rathorpe o los suministros de carbón y comida. Él va transmitiendo las órdenes de Hester e informando de la gravedad de la situación.

Monk tampoco da parte a las autoridades, pero no tiene más remedio que hablar con su amigo, el policía Durban. Necesita ayuda para localizar al resto de la tripulación que dejó el barco cuando llegaron a Londres y comprobar que no están enfermos ni contagiados de la enfermedad que mató a Ruth Clark. Parece evidente que Ruth, llevada enferma a la casa de mano de Louvain, pudo llegar contagiada en el Maude Idris. ¿Lo sabían Louvain y el resto de la tripulación? ¿Tiene algo que ver la muerte de Hodge con la peste negra? Todo eso le corresponde investigar a Monk mientras no deja de pensar que su mujer está atrapada en una casa en peligro de contagio con la peste.

Por otro lado, Margaret también es informada de la situación y convencida de que es más necesaria fuera, consiguiendo fondos y dinero, que dentro de la casa. Su relación con Oliver Rathorpe sufre algunos vaivenes más propios de la novela romántica hasta que ambos afrontan la nueva situación con una frialdad y una entereza que sobrecoge. Oliver le declara inequívocamente su amor, pero la escena no permite ningún tipo de efusividad, ambos se deben a sus obligaciones de cuidadores de los que están en el interior de la casa de socorro de Portpool Lane.