La caída, los niños que dejaron de serlo, un asesinato y un armadillo
¿Cómo escribir un libro sobre una ciudad que se pierde cada día? Las figuras icónicas están ahí, la del Empire State recortada en el azul del cielo, el puente de Brooklyn, el de Queensborough, el de Williamsbourg, el edificio de la Chrysler, el Metropolitano, el Rockefeller Center, lugares que están al alcance de cualquiera que venga armado con una guía turística o que, simplemente, eche a andar. Pero, qué ocurre cuando esos pequeños centros de referencia, que no son tan emblemáticos como para ser preservados o defendidos, mueren víctimas de la codicia y de la especulación.
Buenas tardes, queridos lectores. El párrafo que he transcrito de Lugares que no quiero compartir con nadie, creo que resume bien la impresión que he sentido al leer esta tercera parte.
¿Por dónde empezamos? Siempre es difícil hacerse con un guion de temas para resaltar, porque (siguiendo con la terminología de cuaderno de impresiones), cada uno de nosotros fija su mirada en diferentes asuntos. Aquí van los míos, espero (como siempre), los vuestros, que son los importantes:
Las caídas de Elvira. Toda esta parte, que creo que ella narra para definirnos esa sustancia de la ciudad, ese espíritu de, si te pasa algo, yo te ayudo, yo me preocupo, pero el resto del tiempo soy ferozmente independiente… también se me antoja una metáfora del espíritu tradicional americano. Caerse y levantarse, dolerse de las heridas en soledad y solo lo justo. Y seguir. Lo que está claro es que el sainete neoyorquino que se nos narra es hilarante. ¡El Elevator-Man sabía mucho mejor que ella cómo había sido la caída!
Los niños que dejaron de serlo. Los hijos, que fueron adolescentes hace apenas 10 años cuando la autora escribió este libro, y ya no son. Ya no son niños, ni adolescentes, aquello se perdió. Ese diario íntimo, cotidiano, que nunca se escribió, opacado por los acontecimientos del 11 S y que, quizás, ella siempre ha tenido ganas de resaltar. Las visitas culturales obligadas, una sala y otra sala, y otra sala, y otra sala. Y la tienda de regalos, y la comida, como los momentos culmen para la pandilla de adolescentes. Hay una reflexión interesante, y es eso de “yo los llevo a los museos, los llevo a los monumentos, aunque estén cansados, enfadados, aunque lloren o se duerman… algo quedará”. Me gusta cuando la autora reflexiona sobre cuánto habrá de pedagogía y cuándo de casualidad en la formación y educación que ellos tienen ahora. En cómo son. En qué hombres se han convertido. ¿Por cierto, de todos los museos que se nombran, cuál de ellos es el que más curiosidad os despierta? O, si habéis estado en Nueva York, ¿cuál es el más espectacular, a vuestro juicio? Desde luego, pese a cómo se formó (el origen y el mantenimiento de sus colecciones) el Museo de Historia Natural (ya ha aparecido varias veces en nuestro club de literatura de viajes), a mí me gustaría visitarlo detenidamente.
La literatura. Creo que el esbozo de las biografías de Salinger y Capote son muy interesantes y nos dan pie a acercarnos a la obra de estos dos autores. ¿Los habéis leído? ¿El guardián entre el centeno fue una obra, para vosotros, esencial? ¿Y a Capote? (Confieso que he leído A sangre fría, que me horrorizó y me fascinó, y Desayuno en Tiffany’s). Y esa pereza ante los actos literarios, esas mesas redondas en las que solo se dicen vaguedades… En contraposición a ello, las charlas en la librería, con lectores, y librero. En torno a libros en concreto. Podemos hacer el símil (Elvira Lindo nos lo ha puesto fácil), con los clubes de lectura. Creo que nosotros también somos fans de este tipo de conversación concreta, sobre un libro que hemos leído, que estamos (de veras) leyendo.
Los sueños rotos. Me interesa esta idea que ha surgido en varias ocasiones: cómo la escritora plantea que, cuando escribió sus propias columnas, tal vez contribuyó a dar lustre y brillo a la fantasía de triunfar en Nueva York. Aquí tenemos el cuento de Cheever, que dice Lindo que hay que leerlo como si fuese la Biblia antes de ir a NY. Por si las moscas.
La parte en que el hijo de Elvira, Miguel Sánchez Lindo, se reencuentra con ella y su marido, es muy tierna. Como ella misma dice, “Como si los papeles se hubieran invertido y más que un hijo fuera alguien que hubiera venido a casa para protegernos”.
Por último, porque esta entrada (como viene siendo habitual), se está alargando demasiado, no quiero dejar de mencionar la historia de la chica asesinada en All State que fue novela y película. Es como si cualquier detalle, por sórdido que sea, se hace literatura en Nueva York, y así se va incrementando inexorablemente, la fascinación hacia la ciudad de los sueños rotos.
Vuestro turno. Salud y largo viaje, lectores.
P.S. La imagen del Ansonia, la he tomado de aquí: Ansonia apartments. Ah. Y disculpad el romanticismo... ;-)