Los girasoles ciegos, y IV

Libro que estamos comentando
Cubierta delantera del libro Los girasoles ciegos

Hola a todas y todos, terminamos con la lectura de este mes y comenzamos el parón veraniego. Pero no corramos que nos queda por comentar esta delicia que es el cuarto y último cuento del libro: "Los girasoles ciegos", que da título a la colección de relatos y a esta "Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos". 

Vamos con ello.

 

ESTA SEMANA

Como podréis ver este cuarto relato se articula a través de tres voces narrativas: por un lado nos encontramos con la carta del diácono Salvador, uno de los protagonistas; por otro lado la voz de Lorenzo, el hijo de Elena y Ricardo (y hermano de otra Elena que fue parte protagonista de otro de los relatos del libro); y la voz de un narrador omnisciente.

Estas tres voces se diferencian por la tipografía del texto: la carta está en cursiva, la voz de Lorenzo en negrita, y el narrador omnisciente en redondilla.

Esta triple mirada se trenza en la urdimbre de la historia y va cercando el conflicto. No sé qué os parece a vosotras, a vosotros, pero a mí me fascina como las tres voces van acompasando, sumando, apuntalando la trama y, sobre todo, lo hacen imponiendo un mismo ritmo a la narración. Sólo este detalle de cómo se sostiene la historia (y gana con ello) en estas tres voces narrativas ya hace que este cuento sea absolutamente maravilloso, ¿no os parece?

Por otro lado tenemos la historia, o más bien las historias que se van solapando en distintos planos (en un espesor narrativo muy poderoso): la historia de ese hombre escondido en su casa, la historia de esa mujer hermosa que trata de salir adelante en tiempos tan aciagos, la historia de ese niño que ha aprendido a (sobre)vivir en la mentira; la historia de los días de esa familia hermosa y silenciosa, que trata de pasar desapercibida, que vive en las sombras y los trampantojos; y la historia de ese diácono metomentodo y necio. Pero sobre todo la historia de la fragilidad de un equilibrio imposible en un tiempo gris y doloroso.

Un cuento que se va tejiendo pacientemente, en el que anhelas que haya algo de esperanza, una bocanada de aire fresco (como cuando Ricardo se pone en plena ventana rompiendo todas las normas), pero que sabes que se dirige hacia un precipicio: porque todo está roto y cuesta hasta respirar. ¡Cómo es posible que se pueda contar tanto y tan bien en tan pocas páginas!

Uno ve a un hombre que se llama Salvador, que es quien destroza todo (no salva nada ni a nadie; ni a sí mismo), y que vive desnortado, sin rumbo, ciego como un girasol ciego que no sabe hacia dónde ir. La idea de que el ciego es el que hace que todos pierdan el norte es también brutal. Tremenda. Qué imagen de un país, de una guerra. De tantas pérdidas.

No sé qué os ha parecido a vosotras, a vosotros. Para mí esta relectura del libro ha sido un reencuentro gozoso con literatura mayúscula. Qué maravilla. Y qué poderío.

Espero que hayáis disfrutado de las lecturas de este semestre, nos encontramos en octubre con La cabaña del tío Tom.

Pasad un feliz verano,

saludos cordiales, 
Pep Bruno