Los girasoles ciegos, II
Continuamos con esta deslumbrante lectura de julio, Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez. Para estos días os invito a la lectura del segundo de los cuentos, apenas unas 20 páginas en mi edición.
ESTA SEMANA
Vamos con "Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido". Tal como se indica en una nota al pie en el título del cuento este cuento por separado fue finalista del Premio Internacional de Cuentos Max Aub en 2002.
El cuento se presenta en formato diario y lo hace desde la técnica narrativa de "el manuscrito encontrado", una propuesta que pretende dar más verosimilitud a lo contado, puesto que el autor, Alberto Méndez, se nos presentaría, más bien, como un estudioso o editor de un manuscrito (supuestamente real) encontrado en unas circunstancias concretas. Conocemos muchos ejemplos de esta técnica narrativa, quizás el más conocido es el del propio Cervantes paseando por Toledo y encontrando unos legajos de un tal Benengeli que cuenta la continuación de las historias del Quijote en el punto en el que había quedado interrumpida (si no recuerdo mal en mitad de la acción con las espadas en alto entre el vizcaíno y Alonso Quijano). Obviamente Cervantes lo hace con una voluntad paródica, pero podemos ver que el motivo literario sigue funcionando.
En esta ocasión el "estudioso" vincula el diario a los esqueletos de un adulto y un niño en una braña en los altos de Somiedo y mediante su exhaustivo análisis (detallando tachones, reiteraciones, hojas arrancadas, etc.) –análisis que, por cierto, da más verosimilitud al texto, fijaos–, nos adentramos en la tremenda historia de ese hombre (que posiblemente se llamaba Eulalio, de Elena, del pequeño Rafael) y de un invierno feroz, como fueron los días tras la guerra.
Hay muchas cuestiones sobre las que podríamos hablar alrededor de este relato, pero hay dos que me parecen muy destacadas: por un lado el nacimiento de esa necesidad de sobrevivir y cómo el protagonista, tan desesperado, tan desolado, tan desvalido, se ve impelido a vivir y a hacer vivir a su hijo. Por otro lado la metáfora de ese invierno terrible (con lobos merodeando, con frío y muerte alrededor) y de esos tiempos de posguerra, llenos de desesperación y pérdidas. Un elemento que redunda en esa deshumanización es ese niño sin nombre, esa lucha por desvincularse de esa otra vida que acaba por atraparte (las páginas con el nombre son, ufff).
El relato es tan duro, tan oscuro pero, al mismo tiempo, alberga (incluso en los peores momentos) un hálito de esperanza. Verdaderamente deslumbrante.
¿Qué os parece a vosotras, a vosotros?
Os leo en los comentarios.
Saludos cordiales,
Pep Bruno