Hasta el capítulo “Nuria ralentizó el paso...”, incluido.
Hola, amigas, amigos:
Iniciamos lectura y conversación en torno a “La seca” (Seix Barral) de Txani Rodríguez; recordad que esta semana comentaremos hasta el capítulo “Nuria ralentizó el paso...”, incluido.
“La seca” es una historia que parte de la propia biografía de la autora, pero que muy pronto se sirve de la ficción para tratar temas importantes que nos atañen como individuos y, también, como sociedad.
En estos primeros capítulos destacaría el universo familiar, cerrado y hasta asfixiante, de la madre y la hija, de Matilde y Nuria. Se quieren, se frecuentan, se cuidan, pero su relación, sustentada en el miedo a la pérdida, se ha vuelto un poco opresiva. Nuria, desde que su madre ha pasado por baches de salud (depresión, una grave caída, vértigos), vive en el filo de una navaja:
“un estado de alerta constante”, “un estado de alerta continuo que la dejaba agotada”, “tenía que estar siempre alerta”, “vivir en estado de alerta”.
Es cierto que la madre, al menos en este tramo de la historia, alimenta este miedo, aún cuando hemos visto que a veces se rebela (en Llodio), es en el sur cuando le reprocha a su hija que entre y salga, que no esté pendiente de ella, que no se lleve el móvil:
“¿Y si me pasa algo?”
Están unidas por ese cuidado obligado de la hija a la madre que envejece y que, tal vez, la hace más pequeña y vulnerable de lo que realmente es o está.
Dos son los paisajes (y el paisaje que consuela y acoge es algo esencial en la novela) que enmarcan y contextualizan geográficamente a “La seca”: Llodio, el paisaje migratorio, en el norte de España, y el pueblo materno (donde tienen una casa y vive su tío Alfredo) cercano al pueblo paterno, Jimena de la Frontera (Cádiz), ubicados ambos junto al Parque Natural de los Alcornocales. Nuria y Matilde pasarán parte del verano en el pueblo de la madre, donde aún persiste el oficio de los corcheros, oficio tradicional que a Nuria le ha fascinado desde niña y que Txani Rodríguez nos describe con imágenes tan potentes y poéticas como estas:
“Los corcheros se suben a las ramas de los árboles y parecen pájaros gigantes. (...) La imagen de esos hombres sobre las ramas es poderosa y antigua, pero está amenazada.”
Más adelante exploraremos estas amenazas.
Al llegar al pueblo, así como Matilde se viste con vestidos oscuros y anchos (“de alivio de luto”, le reprocha Nuria), su hija se enfunda un vestido viejo, raído, amarillo. Un vestido de su juventud, como si quisiese volver a ella, que nada cambiase, que todo siguiera como entonces. Montero, un corchero de su edad, casado con Alba, una amiga de la niñez, es ese amor prohibido al que parece ¿regresar?, cada vez que está en el pueblo. En cualquier caso, es una historia turbia, oculta, que la avergüenza.
En los veranos, en el pueblo se juntan los “veraneantes”, los que emigraron y regresan un puñado de semanas, con los que se quedaron, los que viven en él todo el año, intentando sobrevivir; como Montero y Alba, o su tío Alfredo. Vislumbramos dos posturas enfrentadas, en las que indagaremos a lo largo de toda la novela:
“¿Cuándo he ido yo a cazar en agosto, mujer? Y, además, ya casi no hay perdices, que era lo que a mí me gustaba. Los ecologistas, que son muy listos.
Nuria no ahondó en la conversación, era consciente de que si habían embarrancado en ese punto tan incómodo había sido, en gran parte, por su propia impertinencia.
(...)
¿También entiendes de tomates?, le preguntó con ironía su tío.”
Los olores, el sentido del olfato que es la forma de reconocer el mundo que tiene Nuria, tienen un protagonismo importante en “La seca”. Los olores evocan recuerdos, sensaciones, emociones. Casi parecemos oler las calles de La Línea de la Concepción, (a pescados volaores en salazón, a potaje, a mediodía), pero también a combustible que hacía “que a la niña le picara la nariz”. A Nuria le gusta oler lo que su madre lleva en el bolso: “Olía cada objeto que sacaba: una barra de labios, una cartera, la funda de las gafas.” Me parece una escena muy tierna, esa niña oliendo los objetos que su madre lleva en el bolso. Es un abrazo, es un beso.
Por el olor nos hacemos una idea de la casa: “La casa olía a orégano, a aire viciado y a insecticida.”, de Alfredo:”un olor inequívoco a aguardiente”, de Montero: “le alcanzó su olor a tierra y sudor”, de los corcheros en el Parque de Los Alcornocales: “Por la mañana, en el campo, el aire parece recién enguajado, y huele a romero, a orégano, a tomillo, a poleo, al café de los termos y a tabaco.”
¿Qué sensaciones os han transmitido estos capítulos? ¿Qué destacaríais (algún paisaje, algún personaje, alguna situación, algún diálogo)? ¿Simpatizáis con Nuria?
Más adelante, desgranaremos y reflexionaremos en torno a los Objetivos de Desarrollo Sostenible que podemos vincular con esta lectura, que ya os adelanto que hay alguno más de los que podemos intuir en estos primeros capítulos (ODS 13. Acción contra el clima; ODS 15 “Vida y ecosistemas terrestres).
Creo que este puede ser un buen punto de partida para seguir conversando.
- Volaores secos de La Línea
- Playa Santa Bárbara. La Línea de la Concepción
- Territorios corcheros: Parque Natural de Los Alcornocales
- Entrevista en La SER a Txani Rodríguez: "Es muy doloroso descubrir que en gran medida estamos solos"
Este es un añadido a la entrada original y es que la autora de "La seca", nos manda un saludo y centra el argumento de la novela, resaltando algunos de sus puntos clave: la sostenibilidad y la importancia del paisaje. ¡Además, nos da su opinión sobre qué le parece nuestro Club 17!
Para visualizar el vídeo, y leer la noticia: Txani Rodríguez, la escritora de La seca, amadrina nuestro club.