4ª parte. Hasta el final.

Libro que estamos comentando
"El accidente en la A35" finaliza con un epílogo que cierra el círculo abierto en el prólogo acerca de la naturaleza del texto. En el segundo, Graeme Macrae Burnet crea una ficción acerca del origen de la novela y de su posible autor, y en el primero reflexiona acerca del posible carácter autobiográfico de la novela. Todo ello es una mera ficción literaria, que en este caso aparece envuelta en los tópicos habituales de la novela policial, creando en esta ocasión una obra muy disfrutable pero muy alejada de los arquetipos del género negro.
 
Antes de retomar la última parte de la novela y comentar los avatares del jefe de policía Gorski y de Raymond, me gustaría hacer una cronología de lo que en el prólogo y en el epílogo se dice del origen del texto.
- En 1953, nace en Saint-Louis Raymond Brunet, el supuesto autor de la novela.
- En 1970, su padre, Bertrand Brunet se sale de la carretera en la A 35 y fallece en el accidente.
- En 1992, Raymond Brunet se tira al tren en Saint-Louis.
- En 2014, muere Marie Brunet, madre de Raymond y mujer de Bertrand.
- En noviembre de 2014, llega a la editorial, que había publicado la primera y exitosa novela de Raymond, un paquete con dos manuscritos. Uno de ellos es es de "El accidente en la A 35".
- En 2016, sale a la venta "El accidente en la A 35". 
 
Es evidente que muchos de estos nombres, lugares y datos (recordemos que son pura ficción) coinciden  con los que aparecen en el texto de la novela. De esta forma, Graeme Macrae Burnet se aventura, en un giro aún más retorcido, a proponer que la novela tiene el carácter autobiográfico de Raymond Burnet, aunque esté adornada con algunos elementos que son pura ficción, como la trama del asesinato de Veronique Marchal o las aventuras de Raymond Barthelme en Mulhouse
 
Este artificio literario, una variante del "manuscrito encontrado", tiene un largo recorrido en la historia de la literatura. Es una técnica narrativa que consiste en fingir que la historia que se va a contar fue hallada escondida, enterrada, o, en este caso, recibida por correo, por quien la publica y, por tanto, este último no es su verdadero autor y en todo caso es su editor, traductor o adaptador.  En esta ocasión, Graeme Macrae Burnet no se reconoce como autor y lo confía a un ficticio, como hemos dicho, Raymond Burnet.
 
Recordemos que ya Miguel de Cervantes no se reconocía como el verdadero autor de la novela, sino como una especie de transcriptor de lo supuestamente escrito por un sabio e historiador arábigo de nombre Cide Hamete BenengeliA lo largo del Quijote, Cervantes nos habla en numerosas ocasiones de un tal Cide Hamede Benengueli, de quien se dice que era “sabio e historiador” y “arábigo y manchego”. Es el propio Cervantes quien cuenta al lector cómo, gracias a su afición a leer todo texto que caía en sus manos, aunque estuviese en lenguas extranjeras, se encontró en Toledo con unos curiosos manuscritos firmados por el tal Benengueli. En ellos descubrió que se narraba todo lo que el historiador había escuchado y recopilado sobre las aventuras del legendario hidalgo manchego.
 
Algo parecido ocurre en "El nombre de la rosa". Según narra su introducción, la célebre novela de Umberto Eco, está basada en un manuscrito encontrado en la biblioteca de la abadía de Melk, a orillas del Danubio, en plena campiña austriaca. Desde una celda de este, el ya anciano Adso (que en la novela es el monje discípulo de Guillermo de Baskerville) se dispone a dejar constancia de “los hechos asombrosos y terribles” que presenció en su juventud.
 
Muchos críticos anglosajones alaban y priorizan estos elementos metaliterarios en detrimento de la trama puramente policial. A estas alturas de la novela nos queda todavía por conocer cuáles fueron los últimos momentos de la vida de Bertrand Barthelme, si su muerte fue accidental y si esta esconde algún secreto que pueda afectar a las élites influyentes de Saint-Louis.
 
Las respuestas para estas simples preguntas no las vamos a encontrar en estos últimos capítulos, bien porque el autor no considera necesario responderlas o porque estos dilemas no correspondían a cuestiones reales. Su hijo Raymond consigue saber que Bertrand pasaba desde hace muchos años todas las noches de los martes con su amante, Irène Comte, en su domicilio de Mulhouse, no tenemos más información sobre la importancia de los arañazos del Mercedes de Bertrand en el accidente y tampoco tenemos más datos de las veladas amenazas de suegro de Gorski sobre la pertinencia de sus investigaciones entre los amigos de Saint-Louis.
 
¿Qué descubre Gorski mientras tanto? Lo primero, que su mujer le pone de patitas en la calle, que no estaría mal aceptar una invitación a cenar de Lucette y que Bertrand Barthelme no tuvo nada que ver en el asesinato de Veronique Marchal.
 
Si quisiéremos pensar que la novela tiene componentes autobiográficos de Raymond, el joven reúne en este final un conjunto de comportamientos que lo convierten en un personaje bastante patético. De su relación con sus amigos Yvette y Stèphane recibe lo que se merece por ser un cretino integral y su vínculo con Delph acaba con un melodramático intento de suicidio que se cura con un apósito en el cuello. Nada demasiado edificante o heroico como para ser recordado en una autobiografía.