Claus y Lucas, 2
Hola a todas y todos, continuamos con la lectura de Claus y Lucas, el libro que, por lo que he podido ver en los comentarios de la primera semana, nos ha enganchado desde las primeras páginas. Esta semana os propongo la lectura de 90 páginas, aproximadamente, desde el capítulo titulado "La sirvienta y el ordenanza" (p. 84 en mi edición) hasta el final de El gran cuaderno, que es el primer libro de la trilogía incluida en esta edición (p. 171 en mi edición).
ESTA SEMANA
No sé si os está pasando a vosotras, a vosotros, pero a mí el libro me quema en las manos, más que leerlo lo estoy devorando, me tiene completamente atrapado.
Hay, más allá de la historia, algunas cosas que me resultan fascinantes, algunas ya os las he comentado en respuestas a vuestros comentarios la pasada semana (y creo que también mencioné en el post primero), otras no. En este post me voy a centrar, sobre todo, en estas cuestiones, es decir, más allá de comentar algunas cosas de la historia, os hablo de cómo está contada.
La primera de estas cuestiones que me tienen noqueado es ese tono desapasionado de la narradora que resulta más que inquietante, totalmente deshumanizador, exactamente igual que el contexto en el que transcurre toda la historia: un tiempo turbio, de guerra, sin normas ni tejido social en el que ampararse, un sálvese cada cual como pueda, un desastre. Un espacio inhumano.
Otra circunstancia que me fascina es la opacidad de los personajes. Me explico: asistimos (con mayor o menor perplejidad) a lo que hacen, pero no vemos por qué lo hacen o, más bien, qué piensan ni mucho menos qué sienten. Es decir: el motivo que detona sus acciones está oculto, opacado. Y eso resulta, de nuevo, muy inquietante, y aporta "inhumanidad" (si se me permite) al contexto deshumanizado en el que todo transcurre. Es magnífico.
Este asunto de la opacidad de los personajes tiene otra línea de reflexión: es como si en estos tiempos oscuros esperáramos ver a dos protagonistas con luz, brillando de alguna manera, aportando esperanza a la narración. Y sí, es cierto, es como si estos personajes brillaran en el contexto de la novela (desde luego son bien particulares y llamativos, no podemos dejar de mirarlos igual que la polilla mira la luz de la vela), pero también es como si la luz que desprendieran fuera una luz oscura, de nuevo, opaca. No brilla en la esperanza, no ahora, no de momento.
Por otro lado la sucesión de capítulos breves es casi como una ametralladora de hechos (no he podido evitar lo de la ametralladora). Es decir, se trata de una acumulación de instantes, casi de fotografías o breves momentos en los que vemos a los protagonistas hacer y desenvolverse en situaciones concretas. De esta manera yo, como lector, me siento como una especie de saltador de vallas, no he terminado de pasar una valla y ya estoy preparándome para la siguiente, y no puedo parar de correr y de saltar. Es como si no permitiera el reposo y la reflexión ante lo leído, lo vivido por los protagonistas. Seguimos leyendo esperando encontrar un atisbo de algo (¿de luz, de humanidad, de sentimento, de explicación?) y vamos saltando vallas cada vez más duras, más horribles, estamos metidos en una pista y sólo tenemos la opción de seguir adelante, exactamente igual que ocurre a los personajes.
¿Qué pensáis vosotras, vosotros, de estas cuestiones?
Por otro lado, en cuanto a las páginas que hemos leído y que vamos a seguir leyendo en estos días, fijaos en la sucesión de personajes, mirad cómo pasan, mirad cómo quedan. Avanzan por una novela llena de trampas y muchos de ellos (¿todos?) van quedándose en el camino. Da igual que sean familia (madre, hermana, padre, abuela), da igual que sean (más o menos) aliados (cura, ordenanza), amigos (Cara de Conejo), depredadores, conocidos... Es una hecatombe.
Eso sí, lo más impactante, a pesar de lo leído, de lo vivido, es lo que ocurre en el último capítulo de esta semana (y no digo más).
Pasad una feliz semana de lectura.
Saludos cordiales,
Pep Bruno