3ª parte. Elmer y Julián
En una nueva oportunidad de esclarecer el crimen (por cremación y desmembramiento, recordemos) de Ana Sardá, hace treinta años, en la pequeña ciudad argentina de Adrogué. Alfredo, el padre, reúne a la que fue su mejor amiga, Marcela, y a un integrante del equipo de investigación de aquella época, que mantuvo siempre unas teorías diferentes a las oficiales, que acabaron siendo las adoptadas por la policía y que no sirvieron para encontrar al o a los culpables de aquel asesinato. A Élmer García Belmonte ya lo cita Marcela en sus cuadernos cuando se refiere a él como "la nota discordante que llevó la contraria".
Élmer nunca estuvo de acuerdo con la versión oficial de que el motivo de la muerte de Ana fue sexual. La simple desaparición de su pantalón no era causa suficiente para considerarlo así; y más cuando el cadáver apareció en un estado de incineración que hacía imposible encontrar pruebas precisas de la violación.
Esta tercera parte se narra desde el punto de vista de Élmer, casi toda en primera persona. Cobra protagonismo porque es contratado por Alfredo para que contraste sus opiniones y teorías de entonces con las notas que Marcela ha tenido voluntariamente ocultas durante los últimos treinta años.
- ¿Por qué los responsables de la investigación no le hicieron caso?
- ¿Por qué no siguieron el hilo de las declaraciones que hizo entonces?
- ¿Había algún interés de la policía por desviar la atención hacia un camino sin salida o es que lo que finalmente hicieron fue mostrar su incapacidad para procurar una investigación profesional?
Había un interés político y policial en cerrar lo antes posible un caso que les resultaba especialmente incómodo, por lo que decidieron que descartaban las declaraciones de Marcela, al considerarlas fruto de los problemas psiquiátricos de la muchacha. Recordemos que en la noche fatídica una estatua le golpeó la cabeza, provocándole graves problemas neurológicos.
Alfredo convoca a una reunión a Élmer y a Marcela y les hace las preguntas claves que no se han respondido después de tantos años: "Quién y por qué se tomó el trabajo de descuartizar el cadáver de Ana y quemarlo, después de que muriera en tu regazo. A mí me gustaría saber quién y por qué". Alfredo sí que los cree, igual que los ha creído siempre.
- ¿Por qué ha tardado tanto tiempo en conocer sus opiniones de primera mano?
- ¿Ha confiado durante este tiempo en que la policía investigase con éxito?
Lía no pudo aguantar tanto tiempo, por lo que tuvo que abandonar el entorno familiar, que nunca demostró estar tan afectado como ella.
Élmer no trabaja actualmente en la policía. Decepcionado de su experiencia en el cuerpo, ahora ejerce de investigador criminalista particular. Trabaja para quienes quieran contratarlo. Esta situación le produce unas reflexiones muy interesantes sobre su profesión: la importancia de conseguir la confianza de quienes le contratan, la separación de su vida privada de su actividad profesional y la importancia del trabajo incesante y concienzudo.
Aunque recuerda muchos detalles del caso, recupera toda la documentación que había mantenido almacenada en cajas y comienza a estudiarla con detenimiento, partiendo de lo que Marcela lleva tanto tiempo asegurando: que Ana murió en sus brazos en los bancos de la iglesia y que mantenía una relación con un hombre del que nunca quiso dar su nombre.
Muchos años de experiencia le permiten leer los informes y los expedientes antiguos con otros ojos. Lo primero es repensar los detalles en los que se encontró el cadáver. "Si, efectivamente, Ana Sardá había muerto en los brazos de una amiga adolescente, ¿Qué circunstancias podrían haber rodeado a esa muerte para que alguien se tomara el trabajo de despedazar un cadáver de la manera en que lo hizo? ¿Qué debía ocultar al quemarlo antes y después de cada corte?... ¿Qué crimen se escondía detrás de este crimen?" Todas estas preguntas nos hacen pensar que "CATEDRALES" sí que puede ser una novela negra, o, al menos, que en esta parte de la declaración de Élmer, se trata casi exclusivamente el aspecto policial del crimen. De todas formas, Élmer ya intuye que Alfredo le ha llamado, sobre todo, para confirmar una hipótesis propia que lleva mucho tiempo rumiando. Tampoco entiende por qué Marcela Funes se niega a desvelar la causa y los detalles de la muerte de Ana. Que le prometiese a Ana que no iba a contar a nadie los detalles de lo que ocurrió antes de morir, me parece, como lector, un truco barato de narrador. El otro, que ya comenté anteriormente y que se repite en esta parte causando la irritación del lector, es la dificultad en avanzar en el testimonio y en los recuerdos de Marcela debido a su inoportuna amnesia.
Pero para avanzar y desatascar el caso, ya está la pericia de Élmer. Él apunta, con acierto, que posiblemente Ana estaba embarazada y que la causa de su muerte estuvo derivada de las complicaciones de un aborto clandestino. Unas horas de reflexión parecen conducir, entre una lista de posibles candidatos a ser el amante secreto, al sospechoso del que Alfredo llevaba muchos años sospechando, pero nunca se atrevió a confirmar, Julián.
Las reflexiones de Julián, el actual marido de su hija mayor, Carmen, se hacen en primera persona y están destinadas a los lectores, no a formar parte, por ahora, de ninguna investigación policial.
Julián, como corresponde a la dinámica de la novela, cuenta su vida, sus orígenes y sus lacras. Ya tenemos la certeza de que él fue el hombre que tuvo una aventura con Ana, por lo que posiblemente también sea él es asesino, pero lo que a partir de ahora será el centro de interés de la novela es entender cómo él y su mujer fueron capaces de justificar sus actos de hace treinta años con el objetivo de tranquilizar sus conciencias. Nos deja de piedra la forma en la que el matrimonio, practicante de un cristianismo fanático, retuerce las razones de los actos que cometieron en la muerte de su hermana hasta hacerlas coincidir con la vivencia de su estricta religión.