2ª parte. Marcela.
Marcela y su amnesia anterógrada.
Esta segunda parte de “Catedrales” se centra en el relato en primera persona de la amiga del alma de Ana. ¿Quién mejor que ella para aportar luz a su trágica muerte? Se conocían de pequeñas, no tenían secretos la una para la otra y ambas estuvieron muy unidas en los últimos momentos de la pequeña de los Sardá.
Sin embargo, la sorprendente amnesia anterógrada se interpone en el conocimiento de la verdad o, al menos, en conocer los detalles de una muerte con muchos enigmas por resolver.
Puede resultar algo forzado y artificial basar todo el entramado argumental de la novela en un accidente que provoca que quien puede tener las claves de la resolución del asesinato pierda la memoria y no pueda aportar un testimonio creíble. Porque el personaje de Marcela no solamente deja de recordar lo que ocurrió después de que una estatua le golpease la cabeza, sino que lo que ella sabe y lleva contando a quien quiera oírla durante treinta años es que Ana murió en sus brazos en un banco de la iglesia, por lo que el descubrimiento del cuerpo quemado y descuartizado corresponde a otra secuencia de acontecimientos. No la quieren escuchar ni parece que nadie esté interesado en seguir esa línea de investigación: iglesia, cuerpo mojado, muerte de Ana y desaparición del cadáver. ¿Es posible que la policía nunca le preguntase a Marcela por lo que ocurrió ese día?
Cuando leemos el término "amnesia anterógrada" en seguida acudimos a internet para conocer más detalles de la enfermedad, aunque Claudia Piñeiro lo describe con suficiente claridad y con los detalles necesarios para que los síntomas que presenta Marcela sean creíbles: pérdida de los recuerdos a corto plazo; incapacidad para el aprendizaje; imposibilidad para poder enamorarse, puesto que no se podrán acumular experiencias ni sentimientos positivos hacia nadie, e inseguridad en controlar las emociones.
Vivir con la amnesia anterógrada supone realizar un esfuerzo continuo para superar muchas limitaciones en la vida cotidiana. En esta ocasión, Marcela utiliza desde su accidente diferentes estrategias que son comunes a los que sufren la enfermedad: establecer rutinas, medicación, recursos mnemotécnicos o, como se cuenta aquí, utilizar cuadernos y agendas donde se pueda anotar lo que se considere más importante y sea más necesario tener a mano.
Todo este proceso lo cuenta muy bien la primera persona de Marcela, alternando su confesión con la lectura de los párrafos anotados en sus cuadernos de hace treinta años.
En relación con lo que nos interesa, Marcela describe lo relativo a Ana con una frase impactante: "Ana murió en mis brazos". Indudablemente, si es cierta, esta declaración tiene una importancia significativa que nadie se molestó en investigar. <<Si alguien me hubiese preguntado, les habría dicho: "Ana murió recostada en mis brazos, estábamos sentadas en el último banco de la iglesia, mojadas">>.
Este detalle es una las justificaciones para que no se considere a "Catedrales" como una novela negra. Una muerte sin resolver, cerrada en falso por la policía a pesar de su truculencia y de suceder en una pequeña ciudad cerca de Buenos Aires, donde todos se conocían, solo permanece entre los secretos de la familia.
Entre los recuerdos entrecortados de Marcela, emerge una declaración suya que la primera vez que la leemos nos desconcierta sobremanera: "Nadie más que yo, entre quienes rodeaban su cajón, sabía qué era lo que la había matado. Y yo había jurado callar." Sin duda son unas frases muy efectistas que merece ser matizadas. Marcela dice que sabe lo que mató a Ana, pero no dice quién la mató. Eso no se lo había querido contar su amiga y, por lo tanto, acabó llevándose el secreto al más allá.
Es un peculiar sentido de la fidelidad el que Marcela confiesa acerca de los secretos que su amiga le contó. "Le juré a mi amiga no decirlo y durante muchos años, treinta años, fui fiel a mi juramento".
Un personaje que emerge en este momento en la novela, aunque ya había aparecido como una sombra en el capítulo de Lía, es Alfredo, el padre de Ana. Con Marcela inicia una relación particular, al principio vinculados al interés de Alfredo por desentrañar la muerte de su hija a pesar de los años discurridos.
Alfredo le escucha y, cada día, Marcela comienza de nuevo la misma aventura de contar con la ayuda de su diario el recuerdo juvenil de su amiga Ana. Marcela no le quiere contar lo que confiesa a los lectores, que su amiga estaba enamorada o, dicho de otra manera, Ana tenía un amante secreto.