y 4 CAJITA DE FÓSFOROS
y 4 CAJITA DE FÓSFOROS
Estimadas personas ATRAPAVERSOS: ¡Felices días!
Comenzamos el último tramo de lectura de nuestra Cajita de fósforos. Imagino que a estas alturas vuestra “impaciencia” lectora ya habrá acabado el libro, y esto lo supongo porque es lo que me habría pasado a mí. Creo que este hecho en nuestro Club tiene una gran ventaja: la oportunidad de releer. ¡Ah, qué acto tan provechoso en poesía!
Hoy quiero hablaros sobre una pequeña curiosidad de los poemas conocidos como haikus. En el libro encontramos dos “canónicos”, el de Borges (p. 18) y el de Mar Benegas (p. 41). Y otros dos que no coinciden con la métrica habitual pero que para mi gusto participan del “espíritu” de este tipo de composición: el de Ricardo Yáñez de la página 28: Escribe tu nombre en el aire / Ahora bórralo / me estás diciendo adiós; y el de Níger Madrigal (p. 17): En las ramas de la noche, / una constelación de luciérnagas / sigue la ruta del sueño en que viajamos.
Los haikus representan el influjo de Oriente en la poesía occidental.
Este tipo de composición está enmarcado sobre todo en la tradición japonesa, en la que brillan grandes nombres. Para nosotros es un poema sin rima que, a nivel formal, consta de tres versos y con la siguiente medida de número de sílabas: 5-7-5. Respecto al contenido, es una composición muy breve que produce una “chispa” poética (nunca más a propósito nos vienen los fósforos de nuestra Cajita), una imagen sugerente que se queda flotando, sutil.
La historia de los haikus en Occidente es muy curiosa, empezaron a ponerse de moda a principios del siglo pasado por poetas que sabían muy poco chino (tradicionalmente se escribían en este idioma), y aunque sus traducciones fueron bastante malas —eso sí, muy imaginativas—, consiguieron despertar el interés por ellos hasta la fecha.
Ahora quiero incidir sobre un pequeño, pero crucial, aspecto referido a sus características peculiares “intraducibles”. Ello debido a las diferencias radicales entre los idiomas oriental y occidental, pues el tipo de “dibujo” que produce su escritura es muy diferente en uno y otro: mientras en occidente dibujamos letras, sílabas, palabras; en oriente se dibujan conceptos a los que se van añadiendo detalles para conformar las palabras. Tuve conocimiento de esta circunstancia poética con la lectura del ensayo Más allá de las neblinas de noviembre de Stephen Reckert, publicado en la editorial Gredos; y los ejemplos los tomé de un álbum ilustrado de Lisa Bresner que inicia en la caligrafía china de la editorial Lumen titulado Un sueño para todas las noches. Disculpad que me parafrasee, esto lo escribí para mi libro Contar con la poesía, publicado con la editorial Palabras del Candil:
«Existe un caso de rima visual imposible de reproducir en nuestro sistema de escritura. Se trata de una variedad de micro-significantes que se originan con ciertas coincidencias gráficas producidas en escrituras como el chino. Este tipo de grafía no funciona a partir de un alfabeto, sino que sus palabras se escriben con dibujos y no con letras. Cada ideograma —que podríamos llamar palabra, o mejor, conjunto de significado— en su representación pictográfica suele contener trazos de otras palabras. Por ejemplo, la palabra “paisaje” está compuesta de dos ideogramas: “agua” y “montaña”; y el ideograma “mirar” contiene entre sus trazos el ideograma “ojo”. La palabra “hombre” se simboliza con un ideograma parecido a la forma de una Y griega invertida; pues bien, cuando a esa Y se le agrega una raya que corta el trazo vertical, la palabra resultante es “grande”; y si son dos trazos en vez de uno los que cortan esa Y puesta bocabajo, la nueva palabra significa “cielo”. Lo cual quiere decir que estos tres ideogramas: hombre, grande y cielo tienen como base común la Y griega invertida, lo que les haría, si se encontraran próximos en un poema, rimar visual y significativamente.
No resulta difícil imaginar —incluso para los ignorantes de este idioma, como es mi caso— el juego sutil y maravilloso que se produce al componer una pieza con estas afinidades pictóricas, gráficas, que en su seno arrastran coincidencias de contenidos tan ajenas a nuestro concepto de escritura. La existencia de estos ecos visuales diseminados a través de formas inscritas en otras formas, genera un estilo de composición en el que se tienen en cuenta las correspondencias entre los trazos para ganar sentidos y equivalencias insospechadas. Tales posibilidades expresivas nos inducen a pensar lo difícil, por no decir imposible, que resulta la traducción de un texto poético en el que se producen polisemias a tales niveles. Las famosas composiciones japonesas, que tradicionalmente se escribían en chino, llamadas haikus —unos micropoemas con muchísimos seguidores occidentales, tanto poetas como profanos—, nos llegan irremediablemente incompletas. Aunque el traductor sea excelente, la cuestión es que carece de herramientas necesarias con las que trasladar fielmente el original a cualquier otro idioma.» (p. 171)
Espero que con estos apuntes se os haya despertado la curiosidad y busquéis poemas y ampliéis lecturas. Para mí los haikus, después de conocer este asunto, nunca volvieron a ser los mismos: perdieron el aura de exotismo, bajaron a la tierra, y acepté que, al igual que ocurre en la cocina, los colores o los paisajes, las mezclas tienen su propia belleza. Y es mucha.
Con este pensamiento de fraternidad cultural, de admiración mutua y respeto, me despido por este año.
Un abrazo y hasta 2023, ¡Viva la Poesía!
Estrella Ortiz