3ª parte. Hasta el capítulo XIII.

Ya estoy convencido de que no vamos a encontrar escrita la palabra "MAFIA" en esta novela, a pesar de que la crítica reconoce que Leonardo Sciascia fue el primer autor italiano que explícitamente hizo referencia a los abusos y el control económico y social que unos individuos, organizados en estructuras ancestrales, ejercían sobre el común de los ciudadanos.
Cuando el amigo de Laurana, el diputado comunista al que el profesor va a visitar en Palermo, le cuenta que recibió una visita de Roscio para ofrecerle información delicada que comprometía a una personalidad de su pueblo ("Un personaje que corrompe, roba, intriga...), algo se activó de nuevo en la cabeza de Laurana y retomó su presentimiento de que la muerte de sus dos vecinos no había ocurrido por los motivos que a todos en el pueblo les gustaba creer.
Lo que a él, tan alejado de las habladurías y de lo que ocurre en las cloacas de la sociedad siciliana, se le hace difícil de imaginar, al cura de Santa Ana se le representa claro como el día: no puede ser otro que el abogado Rosello.
El cura le dibuja un retrato del personaje demoledor, muy lejos de la cercanía que Laurana y el abogado muestran en sus conversaciones en el Casino o en las confidencias que ambos han mantenido acerca del asesinato del farmacéutico y del marido de su prima. Rosello no desprecia ningún empleo público o negocio privado que le suponga un beneficio material o de prestigio y, como apunta el cura, es el muñidor de extrañas y antinaturales alianzas políticas que lo convierten en un personaje cada vez más deseado e influyente en la política local. En este contexto, a lo que el cura se refiere y lo que el profesor, en su inocencia e inexperiencia sobre cómo funciona la sociedad siciliana, acaba desgraciadamente percibiendo, se llama actividad y actitud mafiosas.
No tarda Laurana en "trocar su presentimiento en certidumbre". Si, hasta ese momento, no había percibido la verdadera personalidad y el verdadero poder del abogado Rosello, con un poco más de atención a los acontecimientos y con la pèrspicacia que no le faltaba, el profesor tiene que admitir que Rosello puede ser el personaje al que el médico quería denunciar al diputado comunista.
Sciascia crea una escena en la escalinata del Palacio de Justicia de Palermo, donde ciertos detalles, cuidadosamente seleccionados, persuaden a Laurana de que su amigo estaba en lo correcto y a los lectores de que el docente está acercándose excesivamente a personajes que podrían hacer cualquier cosa para preservar su autoridad e influencia.
En ese instante, ocurre un encuentro aparentemente casual con un diputado, probablemente de la Democracia Cristiana, y con Rosello. Sin embargo, el personaje que atrae la atención del personaje principal es el acompañante del diputado Abello (un dechado de moralidad y doctrina, apostilla irónicamente Laurana), un personaje que combina las gafas de sol de los americanos con el aspecto rocoso de un hombre de campo. Una imagen, pensamos rápidamente, que se asemeja a la de un sicario de manual en las cintas de la mafia. A esto se suma que en ese mismo lugar abre un paquete de tabaco y extrae un puro de la marca Branca, la cual correspondía a la colilla que se encontró poco antes en el lugar del crimen.
A Laurana no le pasa desapercibido el detalle, lo que le agudiza el instinto de supervivencia, el miedo y el aviso del peligro, pero no le impide volver a hacer sus pequeñas tareas de investigación que parece que tanto le gustan. Investiga en el pueblo del sicario y enseguida le pone nombre: Ragana.
De vuelta a su pueblo, Laurana acude a su habitual cita en el casino con los personajes que lo frecuentan, el coronel retirado, el rentista... Allí, las conversaciones sobre los asesinatos de hace unos días dejan lugar a los cotilleos subidos de todo sobre la vida de Roscio y sus virtudes carnales, las mismas que habían subyugado a Laurana en sus encuentros anteriores. Sin embargo, el protagonista se ratifica en su convencimiento de que el móvil del crimen fue la amenaza de Roscio de mostrar pruebas que incriminaban a Rosello en la comisión de delitos de variada índole. Pero, ¿cuál habría sido el motivo por el que los dos primos políticos habían roto una relación familiar que parecía plácida? A Laurana solo se le ocurre que ese desencuentro solo podía haber surgido porque Roscio hubiese sorprendido, o imaginado, una relación de Rosello con su prima Luisa. ¿Era una venganza o una amenaza lo que provocó que el abogado utilizase los servicios del sicario del diputado Abello para hacer desaparecer a Roscio y, de paso, al farmacéutico?
El caso tiene todavía algo de ambiguo, de equívoco y todavía oculta las causas verdaderas que provocaron la sucesión de los hechos. Laurana se sorprende de que solo él haya sido capaz de entender la secuencia completa de las motivaciones y de los hechos.