2ª parte. Hasta el capítulo X

Libro que estamos comentando
A ciascuno il suo. Leonardo Sciascia

Servidor, que se educó en un seminario en la España de los años setenta del siglo pasado, empezó muy pronto a oír hablar de Manzoni (1785-1873) y de su novela “Los Novios”. El libro y el autor venían a colación cuando se quería poner un ejemplo de novela en la que se reflejase la nobleza en las relaciones amorosas entre dos jóvenes, y donde se considerase el respeto mutuo, el amor y la fidelidad como los principales fundamentos de una vida matrimonial plena.

La novela, publicada en 1840, está considerada como una de las cumbres de la literatura italiana y como el principal ejemplo de novela católica. Además, el estudio de Manzoni y su obra forma parte del currículo en los centros escolares de toda Italia.

No podía buscar Laurana mejor excusa para intentar encontrar el ejemplar de L’Osservatore Romano que preguntar por un ficticio artículo sobre Manzoni a los dos miembros del clero del pueblo, el cura de Santa Ana y el arcipreste Rosello. Como profesor de literatura italiana y latín, no levanta sospechas que investigue sobre uno de los autores italianos más famosos. Al igual que Laurana, Sciascia (1921-1989) dedicó los primeros años de su vida laboral a la enseñanza, por lo que no es de extrañar que en "A cada cual, lo suyo" incluya bastantes referencias literarias de autores italianos, especialmente sicilianos (Giuseppe Antonio Borgese, Voltaire, Luigi Pirandello, el poeta Guido Gozzano o el poeta Luciano de Mattia) y de otros como D.H.Lawrence o las Cartas a la señora Z, del polaco Kazimierz Brandys.

Laurana es enseguida consciente de que la vía que él quiere abrir, con la búsqueda del ejemplar de L'Osservatore Romano que fue utilizado para fabricar el anónimo al farmacéutico, no va a ningún lado. Era imposible saber a dónde iban a parar los periódicos una vez que salían de las casas de los sacerdotes. Además, "estaba claro que ni el arcipreste, ni sus cuñadas, ni su sobrino, ni la criada tenían nada que ver". Con todas estas salvedades, que Laurana ya daba por ciertas, difícilmente se podría avanzar en la investigación. A cualquiera del pueblo le podría llegar la primera página del periódico envolviendo un bocadillo, admite Laurana.

La visita al arcipreste Rosello presenta a un sacerdote totalmente distinto al párroco de Santa Ana. Donde aquel era descreído, un poco librepensador y mucho de vividor, este representa al clero más tradicional, con poder e influencia en la comunidad en la que vive y con ramificaciones en la política y la judicatura por su sobrino, el abogado Rosello. Sigue la versión que todo el pueblo ha aceptado en público y que todos desean creer, a pesar de cuestionar la honorabilidad de una chica y de la mujer del farmacéutico Menno: todo se atribuye, sin evidencias, un lío de faldas del farmacéutico, que impacta accidentalmente a su acompañante, el médico Roscio.

Entre las opiniones del arcipreste y las objeciones que le presenta Laurana somos testigos de la escena que sigue con más fidelidad las reglas y los tópicos más comunes de la investigación criminal de toda la novela. Los dos argumentan y contraargumentan con lógica para descubrir las causas del asesinato. Otra cosa es que los lectores ya vamos intuyendo que el asesinato tiene otros motivos diferentes a los que parecen evidentes.

En el capítulo V, Sciascia dibuja los blancos, los negros y los grises de la personalidad del profesor Paolo Laurana. Lo califica de un tipo "curioso", peculiar y poco convencional para su época. Valiente a su manera, más por cabezonería y por su interés en llevar siempre la razón, y también inconsciente. "El saber el cómo y el porqué del crimen era, más bien, un reto intelectual." A muchos, seguro que nos cae bien, aunque adivinamos que cierto afán de notoriedad le va a traer nefastas consecuencias.

Sus objeciones a la línea  de investigación oficial (una colilla de puro Branca y las infidelidades del farmacéutico) las va a hacer públicas en el casino y, como apunta el narrador: "Laurana se pone a tiro de la policía y de los asesinos". Aunque causan sorpresa, nadie parece hacer caso a sus opiniones, algunas de ellas formuladas con mucho criterio: ¿cómo sabían los asesinos el lugar donde iban a cazar los fallecidos?, ¿qué pruebas hay sobre las infidelidades del farmacéutico?

Las visitas de Laurana a las viudas pertenecen más bien al ámbito privado que a la oportunidad de saber algo más de los asesinatos. A pesar de que conocía sobradamente a la viuda del médico, Luisa Rosello, se queda fascinado de su figura vestida con un sugerente vestido negro de luto. "El negro le sentaba de maravilla". La viuda de Manno sabfe que no puede luchar contra las maledicencias con su marido, pero deja entrever los negocios sucios de los Rosello.

Laurana hace una interesante y realista reflexión sobre las diferencias entre la búsqueda de los culpables en la novela negra y la realidad. En la realidad, prevalece la impunidad. "Los crímenes, digamos, cometidos y organizados por gente con toda la "buena" voluntad de contribuir a tener un alto grado de impunidad".

En la vida real, muchas veces también influye el azar. Es lo que le ocurre a Laurana en un viaje a Roma. Un diputado comunista y amigo suyo le comenta una visita que el médico le hizo un par de semanas antes de morir, para hacerle llegar documentación que involucraría a un conocido e influyente vecino de su pueblo. Alguien que "hacía, deshacía, robaba, corrompía, intrigaba ..." No le dio tiempo a facilitarle el nombre del corrupto.

Esa confidencia abre una nueva perspectiva a los motivos por los que los dos amigos fueron asesinados. Laurano no lo expresa directamente, pero, si lo que dice el amigo es verdad, el crimen durante la jornada de caza sería todo un paripé para ocultar que el médico sería el verdadero objetivo de los disparos. ¿Cómo era posible? El médico era el típico médico rural que no tenía mayores intereses ni aficiones que la caza y las tardes en el casino. ¿Alguien más sabía sus intenciones de desenmascarar al personaje misterioso? Aunque muchos conocen los comportamientos de la mafia, nadie tiene el valor de denunciarlos. Ni siquiera en la literatura de la época era habitual mencionar la lacra que oprimía a la vida en Sicilia.

Laurana continúa con su comportamiento imprudente. Visita al padre de Roscio, quien, ya ciego y abandonado en su soledad vital y en la memoria colectiva, corrobora que, en las últimas visitas de su hijo, este se presentaba como un hombre melancólico y derrotado, profundamente modificado por la familia de su esposa, los Rosello, con los que mantenía un desprecio recíproco. También comenta con el abogado Rosello el plan del marido de su prima para desenmascarar a quien corrompe a toda la región. Con la ayuda de la viuda Roscio revuelven su despacho en busca de los documentos que pensaba entregar al diputado. No encuentran nada, pero ambos primos descartan que los posibles informes tuviesen algo que ver con su muerte.