Hasta "La llegada de Mac"
El paisaje, con las montañas del Gabal Singiar no muy lejos, es increíble. La paz absoluta es maravillosa. Me invade una oleada de felicidad y comprendo cuánto adoro este país, lo completa y satisfactoria que es esta vida...
Leemos y conversamos esta semana hasta el capítulo, incluido, “La llegada de Mac”. Aunque Agatha Christie cuenta, con su delicioso humor, todas las peripecias, incomodidades y dificultades de “esta vida” que ella define como completa y satisfactoria, caemos en la cuenta de que fácil, lo que se dice fácil, no era. Insectos, ratones, murciélagos, comidas incomibles, peculiaridades de carácter y comportamiento muy alejadas de las suyas, incongruencias, personajes hilarantes y, al mismo tiempo, desesperantes... Se me ocurre que, si para ella y Max esta vida de excavaciones, exploraciones y aventuras era ardua, hasta áspera (imaginemos a la señora Christie revelando las fotos en un cuartucho con hongos en las paredes, calor infame, y agua llena de polvo y barro, y al señor Mallowan tratando de encauzar las agrias y violentas peleas de sus capataces y trabajadores a una relativa e industriosa paz, por ejemplo), ¿cómo sería, en realidad, para los trabajadores, para la población, para los que acudían a los tell, puntuales y sin reloj, desde ocho o diez kilómetros de distancia de sus aldeas? Aunque estuviesen acostumbrados.
No deja de ser admirable que, pese a todos los inconvenientes (por llamarlos de alguna manera) de la vida en los yacimientos, Agatha se sintiera completa, alegre, en paz. Incluso cuando su quehacer en ellos la impidiese escribir regularmente (pese a que tenía con ella la máquina de escribir, papel y un montón de lápices, pocas veces aparece ejerciendo su oficio: había mucha tarea en los yacimientos).
Creo que uno de los puntos fuertes del libro (y de la propia escritura de Agatha Christie) es el retrato de los personajes. La autora, con muy pocas líneas, dibuja con maestría la personalidad, el aspecto físico, el aire canallesco de este o de aquel, la inteligencia o la estulticia, la imperturbabilidad y la condescendencia, la austeridad y la excesiva prodigalidad para con los recursos ajenos, de cada uno de los tipos humanos con los que se va encontrando: viajeras turcas y alemanas, arquitectos ingleses, arqueólogos franceses, jeques sirios, directores de banco, empleados de Correos... y, luego, está el crisol de caracteres, costumbres y religiones de armenios, árabes, kurdos... Max Mallowan demuestra ser un inteligente jefe, paciente, con mano izquierda (pese que su chófer Michel le saque de quicio con su fuerza, prueba y economía), y que intenta ser justo con sus trabajadores, esquivando la tentación de la explotación.
Sin duda la autora poseía un carácter alegre y aventurero, dispuesto a probar cosas nuevas y dejarse llevar. ¿Cómo si no se explica ese trajín entre un yacimiento y otro, entre una casa polvorienta y otra a medio construir, entre las ocurrencias de un criado palurdo y de un criado, tal vez, demasiado inteligente?
En estos capítulos nos hemos asomado a la vida cotidiana en los tell en el que el matrimonio, rodeado de su equipo especializado, el servicio y los obreros; también hemos descubierto cómo son las nuevas incorporaciones (el Comandante, Bumps, el arquitecto...), y las inclinaciones avariciosas de los jeques...
Algo a destacar es la situación y la consideración de la mujer, tanto la occidental como la oriental. Por un lado, la fertilidad como cualidad a valorar por encima de todo lo demás, también la sorpresa (mejor dicho, la incredulidad) de que, en un imperio como el británico, el rey abdique del trono por una mujer divorciada. ¡Una mujer! O pensar, desde la condescendencia de una mujer del primer mundo, que las campesinas estarán contentas por trabajar, de sol a sol, sin velo. (O no, porque las pobres ni se enterarán del privilegio que conlleva. Modo ironía, claro).
Creo que hay que fijarse en el detalle de cómo se repartían las colecciones, los hallazgos encontrados en los yacimientos: la mitad para Siria y la mitad para los británicos. En pleno auge del debate de cómo restituir esas colecciones a sus países de origen (recordemos que el Museo Británico sólo expone un 1% de sus colecciones al público), no es nada difícil imaginarse al equipo de Mallowan dividiendo los objetos en dos mitades, tratando de llevarse lo más atractivo...
- Agatha Christie y la arqueología
- Los robos de miles de objetos en el Museo Británico (opinión).
- Qamishli
- Halva, el dulce típico de Oriente Medio
Vuestro turno, lectoras, lectores.