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Hasta el capítulo 11, incluido

Queridas viajeras, queridos viajeros:

Seguimos acompañando a Dervla Murphy y a Roz... Esta semana tenemos por delante cuatro capítulos muy intensos en los que se entremezclan la risa, la aventura, las penalidades, el calor, alimentos sabrosísimos y tréboles insípidos (pobre Dervla, ¡ni siquiera llevaban un poco de sal!) Desde las casas más pobres, los cuarteles, las casas de té malolientes y los “sitios tranquilos” hasta las casas palaciegas, nuestra intrépida viajera (al menos, juiciosa y valiente) se ve obligada a frecuentar y pernoctar en sitios de lo más variopinto.

Volvemos a encontrar, en estas páginas, reflexiones muy lúcidas que podrían hacerse hoy mismo:

“No he podido evitar contrastar la alegría básica que resulta tan evidente en Naseem, así como en la mayoría de las mujeres pakistaníes jóvenes que he conocido hasta ahora, con la incertidumbre de qué es la plenitud que rezuman los jóvenes de Occidente. Sin embargo, estas chicas pakistaníes, a diferencia de las sencillas campesinas de Afganistán, viven en hogares lujosos al estilo occidental, han sido educadas en escuelas dirigidas por monjas irlandesas, hablan inglés con la misma soltura que el pastún y mantienen un estrecho contacto cultural con Occidente. Será interesante y, probablemente estremecedor, observar los cambios que vayan a producirse en el próximo cuarto de siglo. Me parece un poco utópico confiar en que las futuras generaciones consigan mantener el actual equilibrio delicado entre Oriente y Occidente (conservando lo mejor de ambos mundos)”.

Destacaría de Murphy su sensibilidad ante la enfermedad y la pobreza, amén de su denuncia del turista aprovechado (que ya habíamos advertido en anteriores capítulos) y la delicadeza con la que cuenta asuntos de lo más escatológico o desagradable (como el olor nauseabundo o las enfermedades que se transmiten debido a la escasa o nula higiene). También cómo deja a un lado toda prevención hacia su salud cuando el hambre la devora (esos frutos silvestres que atesora un paño no demasiado limpio, pero es que necesita azúcar). Y su elegancia, aunque a veces puede estar insegura (quién no lo estaría, en su situación, ante la perspectiva de alojarse en una casa palaciega de un valí), pero sabe adaptarse al lugar más lujoso y a la vivienda más pobre y austera, sin hacer remilgos.

Poco a poco Dervla también se ha ido enamorando de Pakistán, sobre todo de ese valle “donde el cielo se junta con la tierra”, donde vive unos días extraordinarios con el rajá, un hombre que practica la democracia de la manera más pura y primigenia que existe.

Me resulta casi imposible resumir o atender la mayoría de los asuntos, personas, idas y venidas, de Dervla en estos capítulos. Por supuesto que me reí (lo siento, señora Murphi) con el episodio de la recua de burros y nuestra viajera por el Karakorum (por dios, cuarenta kilómetros), y me gusta que ponga de relevancia la situación de la mujer y el recorte de sus derechos... hay mucho por comentar y espero que hayáis tomado notas para compartirlas.

Os dejo por aquí algunos enlaces (los primeros son muy curiosos, pero es que cuando Dervla menciona que se aloja con el hijo del oficial que ayudó a rescatar a la señorita Molly Ellis de los afridis... tenía que buscarlo):

¿Habéis tomado notas? ¿Qué os han parecido estos capítulos? ¿Qué parte os ha asombrado / impresionado (poner aquí el verbo que corresponda) más?

¿Nos leemos?

(Os dejo un fragmento de la sinfonía nº 9 de Beethoven, para desearos una semana estupenda. ¿Os acordáis de cuánto le gustaban las sinfonías de Beethoven a Dervla?