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4ª parte. Hasta el final

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Ya se ha cerrado para Anna Starobinets el capítulo del embarazo del feto con malformaciones congénitas. Finalmente, decidió abortar en el hospital Charité de Berlín, pero en su cuerpo y en su espíritu quedó un vacío que la han convertido en un espectro de lo que era. No come, no duerme, se asfixia y, lo peor, su hija Sasha padece sus mismos males, como si se hubiese contagiado de una enfermedad contagiosa.

Un amigo, que tuvo síntomas parecidos, le recomienda recibir ayuda psicológica, porque le parece que sufre una neurosis igual que la suya. Así comienza la última parte del libro, con Anna realizando un desafortunado periplo por clínicas y psicólogos en busca de una solución a sus males, secuelas del desafortunado embarazo del Minitejón.

Esta peregrinación de profesional en profesional, con métodos diferentes y tratamientos sacados del manual más disparatado de psicología, tiene muchos elementos comunes con el proceso que tuvo que sufrir cuando busco tratamiento a la dispepsia renal multiquística bilateral de su bebé.

Comienza visitando a Angelica, pero entre las dos se produce una desconexión total entre los objetivos de Anna y los tratamientos que le propone la psicóloga. La reunión tiene su parte de ironía y gracia, y no deja en muy buen lugar a los profesionales que no siguen un plan preestablecido: le sugiere tomar antidepresivos y hacer un test surrealista. Con eso, Anna tiene razones suficientes para no volver a su consulta.

Mientras tanto, Sasha, su hija, va realizando progresos con la psicóloga infantil. Utilizando una terapia basada en la elaboración de un cuento inventado, con personajes que muestran evidentes similitudes con los miembros de la familia, la psicóloga llega a la conclusión de que Sasha se siente responsable de los problemas de sus padres , del decaimiento físico de su madre y que por eso reproduce en ella lo que ocurre a su alrededor. Les aconseja que liberen a su hija de esa responsabilidad.

Anna sufre un grave episodio de angustia en la calle que le hace reflexionar. Después de ese incidente, decide que necesita urgentemente tratamiento médico y psicológico.

La solución no la encuentra en una funesta cita con la psicóloga de la Clínica de Trastornos  de la calle Rossolimo. Para ella el diagnóstico pasa por el tratamiento con antidepresivos e, incluso, con la hospitalización. La respuesta de Anna es contundente: "Un cóctel de antidepresivos, antipsicóticos, tranquilizantes, falta de respeto y desánimo no pueden hacerle ningún bien a nadie".

Lo contrario le sucede en la consulta de un especialista en ataques de pánico. Alexander recibe a los pacientes en su casa, sabe escuchar y demuestra ser la persona indicada para resolver sus problemas de ansiedad. Su receta es hacer un viaje a Grecia y allí la tranquilidad del ambiente, el ruido de las olas, las aceitunas y el queso feta obran maravillas en la salud de Anna. Tanto es así que meses después la familia recibe la gran noticia de que la madre está embarazada.

Sin embargo, no todo es felicidad, ¿quién dice que no vuelva a pasar otra vez lo mismo, que "no caiga otra vez el rayo en el mismo sitio".

Dos años después de la primera ecografía del Minitejón, Anna recibe los resultados de su reciente embarazo y la noticia no puede ser más esperanzadora: es un chico y tiene los riñones sanos.

El círculo angustioso que se inició con la noticia de la malformación del bebé que esperaban, se cierra con la visita al cementerio de Berlín donde descansan los restos de su hijo muerto. Hizo bien siguiendo las recomendaciones de aquella enfermera alemana que le dijo que tenía que ver a su hijo muerto.

El fantasma del bebé sin rostro que aparecía de forma recurrente en sus pesadillas descansaba en paz, rodeado de juguetes y de otros bebés con los que compartía juegos y compañía durante toda la eternidad.