Los recuerdos del porvenir, III
Hola a todas y todos, continuamos con la lectura magnífica de estos días. Para esta semana os propongo leer los capítulos I al IX de la segunda parte, cien páginas (de la 159 a la 259 en mi edición). Os anticipo que esta es la penúltima semana con este libro, la próxima entrada será la última y luego haremos una parada hasta febrero del próximo año.
Pero vamos al lío.
ESTA SEMANA
En estas páginas todo va a girar alrededor de dos hechos que, aparentemente, nada tienen que ver, pero que, tal vez, sí estén relacionados. Por un lado la anulación del culto religioso en el país y, como consecuencia, el asedio a la iglesia por parte de los militares. Y por otro, algo más pegado a nuestra narradora, a Ixtepec, una fiesta.
Paso de puntillas sobre el tema de la iglesia (porque ocupa pocas páginas pero va coleando el resto de la lectura y no quiero destripar nada) y me centro en lo de la fiesta que es algo, en verdad, tan fuera de lugar que, como lector, como lectora, creo que descoloca. Cuando todo empieza a organizarse y sucede, entonces resulta fascinante, aunque uno no deja de pensar que ahí hay gato encerrado, y que mientras estamos atendiendo a la música, las velas, las conversaciones, los bailes... algo está ocurriendo que nos estamos perdiendo.
Y así es.
Algo sucede, enorme, en las oscuras calles de Ixtepec. Algo que va a provocar un nuevo desequilibrio (en este ya de por sí frágil equilibrio) y un baño de sangre (no termina uno de acostumbrarse a esto). Lo peor de todo es que no puedo comentar nada apenas porque entonces rompería la sorpresa. Sólo os animo a que prestéis atención a todo lo que va sucediendo, a los habitantes de Ixtepec. Veréis que hay un momento alucinante (a mí me recordó a la película de El ángel exterminador, de Buñuel) y terrible.
Fijaos también en los Moncada (los tres hermanos: Isabel, Juan y Nicolás) y en qué posición quedan. Fijaos en Juan Cariño y Luchi. Fijaos en tantos otros personajes que han ido desfilando ante nuestros ojos, como Dorotea ¡y su ramo de flores!, por ejemplo, o como el cura y el sacristán. Fijaos en las queridas del Hotel Jardín (y en esa aventura desventurada que viven).
La opresión y la oscuridad abarca el mundo todo desbordando incluso a esa fiesta con música y baile. Y aun así siempre parece haber una oportunidad para convocar a la luz. Como puedo comentar muy poco esta semana os dejo un párrafo (deslumbrante, nunca mejor dicho) sobre cómo juega la autora con este asunto de la oscuridad y la luz. Allá va: "La Luchi, cerca de la puerta, miraba con tristeza al sacerdote. ¿Qué vale la vida de una puta?, se dijo con amargura, y de puntillas salió de la habitación y cruzó la casa a oscuras. Las voces se apagaron y se encontró sola, atravesando habitaciones vacías. Siempre supe que me iban a asesinar, y sintió que la lengua se le enfriaba. ¿Y si la muerte fuera saber que nos van a asesinar a oscuras? ¡Luz Alfaro, tu vida no vale nada! Pronunció su nombre en voz alta para ahuyentar un pensamiento que iba tomando." (p. 236) Fijaos en las habitaciones vacías, la oscuridad, el silencio... y ella de pronto grita (contra el silencio) su nombre: luz y al-faro, doblemente luz frente a la oscuridad. Rompe el silencio, llena el vacío, da luz. Para quitarse el sombrero. Y así a cada paso. Maravilloso.
Os leo en los comentarios.
Pasad una buena semana.
Saludos cordiales,
Pep