Nuestros Clubes de Lectura

Literatura de viajes

Club de lectura de poesía.

Literatura juvenil

Clásicos universales

Novelas de género (novela negra, ciencia ficción, etc.)

4ª parte. Hasta el final.

Libro que estamos comentando: 
Los Caín

Definitivamente Los Caín se convierten en una novela negra, como comenté que había señalado el autor en una entrevista reciente.

Los muertos no han adquirido esa condición de forma natural. Han sido asesinados cada uno en una circunstancia distinta. Lo que de verdad levanta sospechas es la voluntad del pueblo en enterrar los cadáveres lo antes posible y así eliminar las pruebas que provoquen cualquier investigación policial.

Progresivamente se deslizan los detalles que nos ofrecen las pistas para conocer cómo se produjeron las muertes de la niña Esther, Arcadio, el Pelao, Antonia Lobo e, incluso, los ciervos. No todas ellas están relacionadas entre sí, aunque en cada una se advierte la señal de un sentimiento de maldad atávica y de irracionalidad propia del mundo rural más aislado.

Lo que, para mí, más nos sorprende, y lo que explica muy acertadamente las conductas solidarias de una gran parte del pueblo es que Somino, desde los años 70, se hubiese convertido en un punto estratégico de la vía de distribución de la droga entre el norte de España y Madrid. Con ese telón de fondo, el marcado por la violencia contra los que no se someten a que la justicia se ejerza entre los mismos vecinos, suceden acontecimientos que parecen inexplicables: los ciervos murieron por causas poco naturales (a no ser que se considere natural alimentarse con sustancias ilegales que has sido ocultadas en el bosque), las tumbas del cementerio acaban siendo aseguradas, los guardias civiles no salen de su asombro por lo que pasa en ese pueblo, la tranquilidad engañosa se adueña de los niños en el colegio, Héctor se siente desprotegido ante la violencia que le rodea por parte de los vecinos y por la violencia, desdén y brusquedad de sus alumnos.

Una tradición festiva y popular, las carrozas, absorbe el ímpetu juvenil y los canaliza hacia una celebración que identifica a cada parte del pueblo, el Llano y el Teso: "(Los jóvenes) no paran. Como si todo el año estuvieran preparándose para esto".

No quiero que se me olvide comentar una costumbre que define con rotundidad la vida diaria de los pueblos de hace años: los motes o apodos, Héctor, el Bombilla; Federico, el Pasmao; Sagrario, la Antillana, Sofía, la Mérita, Ezequiel, el Atravesao, Argimiro, el Gordo, todos con su pizca de mala uva, como es habitual.

Cuando se acerca el final del curso, Héctor piensa en el día en que pueda acabar su estancia en Somino. Cuenta los días que le faltan para marcharse. Federico, el Pasmao, un día de verano volvió del bosque. La noche anterior Antonia le había ido a visitar y le entregó un paquete misterioso que él se encarga de esconder en el bosque. Allí fue testigo mudo del momento en el que los dos guardias civiles encontraron el cadáver de Antonia caído en un terraplén a lado de la carretera. Grandes detalles que sirven para componer el puzzle que Enrique Llamas ha ido montando con maestría en estas escasas páginas.

El final se eterniza, como si fuera una secuencia de cine de intriga o la descripción detallada de la preparación de un crimen, movida por la mano maestra de un director con oficio. Es el último día del colegio, cuando se dan las notas a los niños y empiezan las vacaciones. Las últimas horas de clase se alargan para desesperación de Héctor, que solo está esperando el sonido de la última campana de clase para salir disparado hacia su casa de Madrid. La tensión se alarga. Los niños "se saben con la batalla ganada" y no respetan ni la jornada escolar ni a su maestro. Sagrario y Federico esperan a Héctor para acompañarle e indicarle la salida hacia Madrid, pero se encuentran a una multitud con malas intenciones hacia el Bombilla. ¿Qué pretenden, ahora que se va?¿No se conforman con quemar el bosque y acabar con la vida de los dos guardias civiles? ¿También quieren vengarse de las supuestas afrentas que no ha cometido?

Esa parte queda cerrada, o tal vez cerrada en falso, pero la novela continúa y lo hace con unas páginas que casi toman forma de apéndices: el descubrimiento de las causas de las muertes de los ciervos o, por ejemplo, el personaje, real o imaginado, de Javier Román, dibujado con unas características contradictorias. También protagonista a veces, cuando asume como propio el relato de lo que Héctor vivió en Somino, aunque misteriosamente al final de la segunda parte este dice: "Doy por hecha mi vida anodina y a Javier Román. Y nunca lo he visto. Solo he oído hablar de él."  

Me siento realmente confundido con estas palabras. ¿Existe o no Javier Román? ¿Por qué el autor cuestiona varias veces su existencia? Enrique Llamas le presenta como un personaje contradictorio y camaleónico que asume la personalidad  de otro Javier Román, pero que no resulta necesario para entender la trama en su conjunto.