Hasta el capítulo "Gatos y palomas", incluido
Queridas viajeras, queridos viajeros:
¿Cómo estáis? ¿Qué tal ha sido vuestra primera semana en El Valero?
Yo vengo cargadita de aromas: traigo el dulce del azahar de los naranjos, el áspero de la lana, el acre de las deposiciones de las gallinas y otras aves de corral, el húmedo de los campos cuando se empapan del agua alegre que corretea por las acequias, el ácido del vino de costa, el peculiar olor de la madera en el bosque, el de grasa de cerdo chisporroteando en sartenes al fuego, el picante de la matanza, el del incienso de un templo budista (¡!), el de la vida de las flores silvestres… Estos capítulos (hasta Gatos y palomas, incluido, esto es cinco capítulos más) están repletos de sensaciones no sólo olfativas, también sonoras: la música sonó como un espantoso canto fúnebre y la ejecución se vio entorpecida por los venenosos tacos que soltaba Eduardo ante las continuas equivocaciones de Manuel; visuales: Cuando los primeros rayos del sol inciden en las altas cumbres de la contraviesa crean destellos rosa y dorados, y la luz suave inunda los recodos y pliegues de las montañas a sus pies… y, claro, gustativas: Los hombres hacían acopio de fuerzas con anís, coñac y pasteles; masticaba con furia el aborrecible trozo de cartílago que tenía en la boca; se sirve un festín de chicharrones acompañado de anís y costa…
Decidme... decidnos: ¿a qué os huele a vosotros El Valero, Las Alpujarras?
Todas las andanzas, las aventuras, los consejos de los alpujarreños, las tradiciones… todo se nos cuenta desde el humor, desde un humor suave, apacible, sereno, indulgente e irónico. Esa mirada sobre las personas, los animales y los usos y costumbres de La Alpujarra, también la utiliza el narrador, Chris, para mirarse a él mismo y a su esposa y a sus costumbres de guiris.
(Chris con su amigo Bernardo)
Clave me parecen los episodios vividos con su amigo Domingo: la búsqueda de las vigas de castaño en la que embarca a Chris (si queréis, podemos llamarle Cristóbal) simplemente, por el gusto de comprobar qué maderas se venden o porque le encanta ir a Trevélez; o el esquileo de las ovejas de su tío, el despreciable malo malísimo Arsenio, que intentará engañarlo pero que no lo logrará gracias a las ardides de Domingo… Y cómo Arsenio ha decidido que no comprende a Chris cuando habla, excepto si hay dinero de por medio. Con esa mirada, no exenta de crítica, nos narra la matanza tradicional del cerdo a la que califica de macabra, contándonos con todo lujo de detalles los ritos, los modos y maneras de proceder de los hombres, el orden y las tareas adjudicadas por siglos de costumbre… Chris Stewart escribe, también, desde la comprensión y la empatía. Desde la admiración a las obras de los hombres y a la propia natura: la belleza de la sencillez de la arquitectura alpujarreña, las acequias milenarias, los bancales de cultivo, el prodigio de los picos, los valles, el agua, los bosques. Desde el deseo profundo de ser uno más, de participar en la vida cotidiana de esas gentes, de no ser un mero observador. Me pareció genial cuando extendió sus útiles del esquileo, sintiéndose como un divo. Esa sensación de que están prejuzgando tu trabajo y tú sabes, casi al cien por cien, de que los admirarás…
8Órgiva)
Seguro que de estos capítulos leídos tenéis alguna parte preferida. Contadme. Y, una curiosidad: ¿habéis asistido/participado alguna vez en una matanza del cerdo?
Os dejo por aquí algunos enlaces:
- Alpujarra granadina. Ruta por un día por los pueblos blancos de Sierra Nevada
- La Alpujarra. Sendero y acequias del Poqueira. (vídeo)
- La historia de Osel Hita Torres El País.
- Hoy por Hoy, Osel Hita.
Vuestro turno, lectores, lectoras. ¿Nos leemos?