Nuestros Clubes de Lectura

Literatura de viajes

Club de lectura de poesía.

Literatura juvenil

Clásicos universales

Novelas de género (novela negra, ciencia ficción, etc.)

Parte II y Parte III

Libro que estamos comentando: 
El sendero de la sal

Queridas viajeras, queridos viajeros… ¿cómo estáis? Espero que bien, aún surfeando la ola de calor que nos azota estos días… En El sendero de la sal hace calor, pero también llueve y hace frío. No en vano, al término de la parte III el otoño asoma entre sus páginas. Veremos cómo lo enfrentan Raynor y Moth, en esa tienda de campaña (que no parece ofrecerles excesiva protección ni cobijo).

Esta semana comentamos la parte II y la parte III, un buen número de capítulos repletos de anécdotas, vivencias y encuentros: algunos, afortunados y empáticos, otros, no tanto. Aunque, en el último momento, cuando Moth y Raynor están llegando al límite de sus fuerzas algo o alguien surge… y hallan un poco de alivio. Un poco de consuelo.

Os comparto mis notas… y algunas citas.

Es natural que el ser personas sin hogar impregne casi todos los pensamientos y sentimientos del matrimonio, porque como ella misma escribe (y qué verdad es):

“Viajar sabiendo que se tiene un punto de retorno brinda al viajero la voluntad de seguir alejándose”.

Es vital saber que tienes un lugar al que regresar. Pensar, saber, que te ves arrastrado al camino, al viaje, a una huida hacia delante porque no tienes ningún lugar al que volver es… ¿le ponéis adjetivos? A mí se me ocurren unos cuantos. El primero: vacío.

“Nos sentíamos tan vacíos, tan perdidos espiritualmente que a cualquier pedacito de consuelo que se nos ofrecía, respondíamos: Sí, por favor”.

Los denominados homeless, los sintecho, la mendicidad, las organizaciones benéficas… salpican los capítulos. Y la comparación. Tanto Moth como Raynor, al encontrarse con personas que viven de la mendicidad, en la calle, aunque no lo verbalicen, se comparan con ellos. Piensan en si llegarán a ese estado algún día. Y los ayudan, pese a sus propias penurias.

Otro aspecto que me gustaría señalar es el de los múltiples cambios que la pareja afronta. No solo es que lo hayan perdido todo, sus sueños, su ilusión, sus años de trabajo, el hogar donde criaron y educaron a sus hijos… está la enfermedad de Moth y su previsible deterioro físico y mental, gravitando sobre sus cabezas como una espada de Damocles. Y, sumado a todo ello, por si no fuera poco, se une la etapa en la que Raynor se interna, la menopausia.

“Qué hacer en la menopausia: quedarse sin hogar y caminar mil catorce kilómetros con una mochila a la espalda”.

Como ha sido la adversidad la que los ha lanzado al Sendero, no se han preparado para la dureza del viaje. Se sienten viejos, moribundos, cansados, gordos… , estúpidos.

“Estúpidos por pensar que podíamos hacer este camino, por no tener dinero suficiente, por pretender que no éramos personas sin hogar. Por equivocarnos en el proceso judicial, por perder el hogar de nuestros hijos, por no tener suficiente agua, por fingir que no nos estábamos muriendo, por no tener suficiente agua”.

Pero es que el hambre y la sed los tienen casi noqueados (¿qué me dices de su alimentación virtual? Menuda tortura), incapaces de hacer planes, ni de pensar en nada, solo en poner un pie detrás del otro y no desfallecer. Sobrevivir.

“La caminata se había convertido en una forma de meditación, en un vacío mental donde solo había espacio para el viento salino, el polvo y la luz. Cada paso tenía su propia repercusión, su momento de poder o de fracaso. Un paso, el siguiente y el siguiente, cada uno era la razón y el futuro. Cada hondonada superada era una victoria, cada día que sobrevivíamos teníamos motivos para enfrentarnos al siguiente. Cada bocanada de sal limpiaba nuestros recuerdos, suavizaba sus contornos, los desgastaba”.

La penuria económica es una constante. Llegar a los cajeros y comprobar que nunca están las cuarenta y ocho libras del subsidio, es una agonía, como lo es el robo de una gaviota del medio pastel de carne de Raynor o que un perro la derribe y las monedas escapen por las alcantarillas. Pero, ¿qué es más duro? ¿El desprecio, el miedo, de los otros? Raynor y Moth han aprendido a contar una historia edulcorada del porqué de su viaje, pues si cuentan la verdad, es incómodo y hace que los caminantes con los que se encuentran (bastantes de ellos, al menos) se aparten, los miren mal, con prejuicios.

Están en el camino, viajando, y Raynor comete un pequeño hurto cuando compra chucherías y se va sin pagar. Sin embargo, esa acción le duele en el alma, piensa que está cumpliendo con todos los estereotipos sobre las personas sin hogar: sucia y ladrona.

En estas dos partes Raynor se muestra vulnerable y asustada: confiesa sus miedos, su soledad, sus pérdidas. Su historia de amor con Moth es algo casi milagroso (tantos años juntos sin perder el deseo ni la pasión), pero ahora, con la medicación, parece que su vida íntima ha desaparecido. También, Raynor, es madre. Y, como madre, ha cuidado, educado, protegido y ayudado a sus hijos. Pero ahora no puede hacerlo, no tiene modo ni medios. Esto también le provoca una herida en el alma. Hay un momento en la historia, tras una llamada de su hija, en la que enferma, y creo que ese enfermarse es producto tanto de las penalidades del viaje como de sus heridas emocionales.

Sin embargo, hay momentos brillantes en esas caminatas. Momentos efervescentes, serenos, de vértigo. De belleza.

“Cada rincón era un soplo de vértigo y alegría”.

“La vida es ahora, este preciso minuto, es todo lo que tenemos. Es lo único que necesitamos”.

Poco a poco, Moth va recuperando fuerza anímica. Tras pasar el síndrome de abstinencia cuando deja de tomar el medicamento contra el dolor (como casi todo en los últimos tiempos de esta pareja, no es una decisión, sino algo que sucede, algo con lo que se tienen que enfrentar: el olvido de las pastillas), podemos entrever en él al hombre decidido y orgulloso. Cuando, por ejemplo, se pone a recitar poemas en un festival y logra reunir unas cuantas libras, o cuando le dice a su mujer:

“No estamos huyendo ni escondiéndonos, ¿sabes? Deberíamos estar orgullosos de nosotros mismos por hacer esto”.

El recital improvisado de Moth es consecuencia de un malentendido: le confunden, una y otra vez, con el poeta Simon Armitage (¿se parecen? ¿?). Gracias a ello, además de hacerse numerosas fotos por el camino, habían conseguido con anterioridad comida y alojamiento gratis en una preciosa casa rural con huerto, en el que viven unas horas surrealistas con sus anfitriones. Ellos, que creen estar ante un poeta, le piden una y otra vez que recite un poema, le hacen fotos, le dan masajes… Al principio Moth está incómodo con estos equívocos, pero poco a poco se reconcilia con la idea y, como vemos, intenta rentabilizar el malentendido…

Pese a que cada día es una aventura en la que descubrir nuevos paisajes y charlar con desconocidos, la rutina se apodera de muchas de sus horas, subir, bajar, montar la tienda, desmontarla, subir, bajar, pasar hambre, sed, cansarse, subir, bajar, verde, azul, verde…

Así que, cuando en un campamento un tanto peculiar, se encuentran entre un amigable grupo de surfistas que los comparan con una ola… bueno, creo que es sumamente refrescante. Y esperanzador.

“Sois como una ola. Lo que a ti te sopla es un puto vendaval, tío, y tu fetch sigue en marcha, vas de cabeza a la ola tubular más grande y más limpia que pueda existir, tío”.

“Nuestro fetch quedaba definido por el sendero de sal que pisábamos”.

Comparto por aquí algunos enlaces a webs y vídeos:

¿Compartís vuestras notas, vuestras citas, vuestros hallazgos, vuestra canción para este tramo de viaje?

No, no se me ha olvidado la mía. Es esta:

Llévame libre y salvaje, llévame hasta el mar. Manolo Tena.

Vuestro turno. Salud y largo viaje, lectoras, lectores.

(Foto del monumento de Minehead, de Nilfanion - Own work, CC BY-SA 3.0)

Doc Martin y Port Isaac