Capítulos 3 al 5, incluido
Queridas viajeras, queridos viajeros,
¿Cómo estáis viviendo este peculiar vacacionar en Venecia? Os decía que estábamos ante una historia turbia, por momentos, asfixiante y perturbadora. Un relato en el que la monotonía, el aburrimiento, la laxitud… juegan en contra de la pareja formada por Colin y Mary que, no sé muy bien porqué, se deja llevar por las demandas de ese hombre misterioso y camaleónico que es Robert. Y su esposa, Caroline, que es sumamente turbadora.
Tras pasar varias horas escuchando la historia de la infancia y primera juventud de Robert en ese bar cochambroso lleno de hombres ebrios y alborotadores (¡que resulta que es de su propiedad!), Colin y Mary se ven abandonados (o poco menos) a su suerte. ¿Qué os ha parecido la vida de Robert? Un padre diplomático dictador, machista, manipulador y agresivo; una familia en equilibrio frágil; un niño buscando la aprobación del padre, prestándose a sus artimañas, delatando a sus hermanas. Y los castigos físicos, y psicológicos. La figura de la madre, etérea, perfecta, elegante, siempre vestida de blanco, siempre dispuesta a visitar a su hijo por la noche, dejándole dormir con ella… una suerte de hada delicada a la que Robert profesaba adoración. Y una relación, entre madre e hijo, delicada y dependiente.
Mary y Colin pasan la noche en la calle, despiertan con el dolor y la deshidratación de la resaca haciendo mella en sus ánimos y en sus cuerpos. De hecho, Mary sólo quiere encontrar un sitio en el que sentarse a llorar. Este errático deambular por una ciudad llena de turistas, apabullante en su hermosura (con sus edificios majestuosos, sus centenares de palomas hambrientas, el barullo de las orquestas en la Plaza de San Marcos, la desfachatez de los camareros, la especulación de los establecimientos hoteleros…). Mary expresa que es una cárcel, que ojalá sus hijos estuviesen con ellos y no con el padre en la comuna rural, Mary quiere irse de Venecia (fue idea de Colin).
Angustiados, derrengados en una de las mesas de la Plaza de San Marcos, ven a Robert que ha sufrido una transformación (yo diría) casi radical. Parece un turista, un extranjero, huele a delicado perfume, lleva una cámara de fotos, gafas de sol… Yo me pregunto: ¿los ha seguido? ¿Cómo es que los ha encontrado allí, en medio de la multitud?
Fijaos, es tal la laxitud, el cansancio, el abandono de la voluntad, que están tan solo a diez minutos de su hotel, y, aún así, se van con Robert. A la casa que comparte con su esposa, la hija del embajador canadiense, Caroline.
Despiertan varias horas más tarde, desnudos, en una casa de largos pasillos atestados de objetos y muebles antiguos, una casa con un balcón extraordinario donde Caroline pasa muchas horas, bordando, mirando al cielo. Y Caroline es una mujer… intrigante, esquiva, misteriosa, ¿acaso, peligrosa?
—Por enamorada—dijo Caroline con un aire excitado, de niña más que de adolescente—, me refiero a si haría cualquier cosa por la otra persona, y… —titubeó. Los ojos le brillaban mucho—. Y si dejaría que le hiciese cualquier cosa a usted.
—Cualquier cosa es decir demasiado—repuso Mary acomodándose en la silla y balanceando el vaso vacío.
—Si se está enamorada de alguien—dijo Caroline con un tono desafiante—, una está dispuesta a morir a manos de ese alguien, si es necesario.
Si a este inquietante diálogo sumamos que los ha estado observando mientras duermen (desnudos y vulnerables), y el detalle (que no es menor) de guardar sus ropas bajo llave y hacerles prometer que se quedarán a cenar, de lo contrario no se las devolverá… uf, Caroline es digna pareja de su marido Robert.
He estado pensando sobre los viajes, las estancias que no salen del todo bien, las vacaciones en las que la cama del hotel es una tortura o en las que te pierdes constantemente (como les ocurre a Colin y a Mary) y no encuentras nada de lo que quieres ver, pasas hambre, sed, encuentros incómodos…
- Hace años leí El peor viaje de nuestras vidas en el que sus autores (13, nada más y nada menos que 13) cuentan, precisamente eso, sus peores experiencias viajeras. De todos ellos (Manuel Leguineche, Cristina Morató, Javier Moro, Kitín Muñoz, Javier Nart, Luis Pancorbo, Pedro Páramo, José Antonio Pujante, Miguel de la Cuadra Salcedo, Rosa Regás, Javier Reverte, Carmen Sarmiento y Jesús Torbado), no se me olvida la peripecia de Cristina Morató, que tuvo que escapar en plena noche de una casa en mitad de la Pampa argentina porque el dueño se había encaprichado con ella y la había encerrado en una habitación.
¿Tenéis una experiencia, digamos regular, que hayáis vivido en un viaje y queráis compartir con nosotros?
Empiezo yo. Fue recorriendo el Algarve portugués, haciendo camping. En Lagos recalamos en un establecimiento privado, en medio de la ciudad, rodeado de altos edificios. Era como un campo de concentración ( y no exagero). Rodeado de una valla oxidada, con cuatro eucaliptos desgalichados y gaviotas sobrevolando las tiendas de campaña que graznaban como cuervos. Os ahorraré cómo eran (y estaban) los sanitarios. La tierra donde se suponía que había que clavar los palos y demás parafernalia campera, estaba dura como si estuviésemos en el desierto de Sonora, en México. Hacía calor. Todo era (y estaba) sucio, desaliñado, caliente, apestoso. Pasamos noche y, con la primera luz del alba, huimos.
Os dejo algunos enlaces:
- Qué ver en Venecia en tres días. Blog de Carolina Sellés.
- Vídeos de Carolina Sellés. Plaza de San Marcos. El Palacio Ducal.
- Isla de San Michele, la isla cementerio de Venecia
El vídeo que resalto esta semana es una canción de Zucchero . Volo, interpretada en la Plaza de San Marcos en noviembre de 2020. Impresiona ver la ciudad y la plaza vacías….
(Fotos: Wikipedia, Carolina Sellés y De Anton Nossik ).