Capítulos XX al XXV, incluido
Sólo ven el resultado final. Sólo ven lo que quieren ver. Incluso tú creerías que este montón de escombros es el Londres del año 2000 si anhelases ver el Londres del año 2000.
Queridas viajeras, queridos viajeros… ¿Cómo estáis? ¿Habéis vuelto con bien de nuestro viaje al año 2000? (Qué curioso, para nosotros, sigue siendo pasado. Y ya, hasta un poco lejano). Imagino que vosotros, que sois mujeres y hombres con sentido común, no os habréis bajado del Cronotilus… Así que espero que continuemos viaje todos juntos.
En estos capítulos, como bien apuntabais, Murray se revela como un verdadero charlatán, un tunante, un timador, un estafador de baja estopa (siento si adjetivo demasiado, pero como no puedo tener delante a Murray para afearle tres o cuatro cosas, pues así me desahogo).
Pero, vamos a lo que vamos. Y es que Claire y Lucy realizan el viaje por el tiempo y, desde el principio, advertimos detalles que chirrían: por ejemplo no permitir que viaje el caniche de una señora, o la observación de Fergusson (por una vez me pareció pertinente y hasta lúcido). Porque… si ya se habían realizado varios viajes al futuro, ¿no deberían ver a los viajeros por allí, entre los cascotes, ocultos y observando?
Luego, la pantomima de la batalla, el desafío entre el rey de los autómatas y el héroe. Y de vuelta al vehículo rimbombante, pastoreados por el guía. Y conducidos por un muchacho de sonrisa necia (otro detalle. ¿Acaso el Cronotilus no se merecía un conductor avispado? A fin de cuentas, se trata de un viaje por la cuarta dimensión, no es un paseo por el parque. En fin.
Nuestra Claire valiente y decidida a quedarse en nuestro milenio, se escabulle y busca a Shakleton. Está perdidamente enamorada y, tras encontrarlo, se enamora aún más. Qué anticlímax: la muchachita rendida de admiración y él… atendiendo la llamada de la naturaleza. Es un momento jocoso, algo que nos hace salir de la épica del encuentro, que nos zarandea y nos devuelve a la realidad de la estafa de Viajes Temporales Murray. Por cierto, creo recordar que H.G.Wells tenía bien calado a Murray, ¿verdad?
A partir de aquí, conocemos la historia de Tom Blunt el nombre verdadero del joven que encarna al héroe en la patraña diseñada por la agencia de viajes temporales. Un pasado de privaciones, de hambre, de dolor y miseria; también de violencia, de trabajo duro, de pérdidas emocionales, de falta de amor. Un hombre de clase social baja que hace lo que tiene que hacer para sobrevivir y que, ahora, está en un apuro. Claire ha visto su rostro y él teme que Murray se entere, y que su destino sea tan negro como el que parece ser que tuvo un tal Perkins, su antecesor “en el puesto”. ¿Será Murray, además de ladrón y tunante, un asesino?
Llama la atención cómo Blunt, desde que interpreta al salvador de la Humanidad, intenta hacer el bien en la medida de sus posibilidades: cuidando a su vecina, llevándole manzanas robadas… y, también, el poco dinero que debe percibir por su papel estelar, puesto que se ve abocado a trabajar en el puerto, en la carga y descarga de mercancías. ¡El tal Murray debe de estar haciéndose millonario a costa de estos hombres!
El temor de encontrarse con Claire se materializa y, los dos, en el mercado de Covent Garden, se miran a los ojos y se enamoran… O ¿ella se enamora y él siente un deseo irrefrenable hacia ella, una mujer joven, bonita, rica, inalcanzable para Blunt pero ideal para Shakleton?
Todo el lenguaje amoroso que Palma emplea para describir los sentimientos de uno y de otra es fantástico: ella se pierde en la poesía y él se imagina perdiéndose bajo sus enaguas. Lo cierto es que el muchacho cede ante el deseo y se cita con ella en un salón de té al que pueden ir las mujeres sin carabina (esto es una oportunidad irresistible para la época).
Leyendo estos seis capítulos, me siento un poco mal por Claire, porque es ingenua y no tiene la experiencia necesaria para detectar un engaño tan burdo; pero por otro lado, me regocijo por el resto de viajeros. Todos cacareando, presurosos, dando palmas, vitoreando, asistiendo a una guerra como si fuese una obra de teatro. Pues ahí lo tienen, lo que se merecen: ¿qué opináis? ¿No es, en cierto modo, una crítica al turismo masificado, a los hay que ver, tienes que ir, lo que no te puedes perder? (Por cierto, Lucy y su inspector de policía son lectores admiradores de Darwin. ¿Un kiwi sellará su futuro?)
Algo muy triste es cuando Patrick, el muchacho que suele trabajar también en el muelle, le confía a Blunt su ilusión: ahorra todo lo que puede, incluso quitándose el alimento, para viajar al año 2000. No es extraño que “nuestro héroe” le invite a desayunar: ha de sentirse muy culpable.
¿Qué sucederá con Claire y Tom? No sé yo si nuestra joven se rendirá tan fácilmente a las pretensiones de él (aunque está obnubilada con el mentón de Shakleton).
Por cierto, ¿os gustan los mercados de frutas, verduras, etc.? Cuando viajáis, ¿visitáis los mercados? ¿Tenéis alguno preferido? ¿Conocéis alguno de los famosos mercados o mercadillos callejeros de Londres? Y... ya que estamos indagando en vuestros gustos: ¿sois más de té o de café? ¿?
Algunos enlaces:
- Billingsgate Market, historia (artículo en inglés, con fotos).
- Aerated Bread Company
- La historia del Metro de Londres (parte 1, parte 2, parte 3 y parte 4). En inglés, con subtítulos en español. Vídeos.
- Wikimedia. Historia del metro de Londres.
- Estos días estoy leyendo este libro: Mudlarking: historia y objetos perdidos en el río Támesis, y cuando he llegado a la parte en que Tom y Patrick descargan cajas de pescado en el Billingsgate Market, no he podido por menos que recomendar su lectura. Es de Lara Maiklem, traducido por Lucía Barahona y editado por Capitán Swing. La autora es una “rebuscadora” de objetos en el Támesis, esto es una mudlark: persona que rebusca restos aprovechables en el lodazal de un río o un puerto. Es fascinante. Os dejo un artículo sobre el libro.
El mundo se le antojó un lugar reducido y misterioso donde cabía todo, como en el sombrero de un ilusionista.
Vuestro turno, lectoras, lectores.