Capítulos VIII al XIII, incluido
Queridas viajeras, queridos viajeros,
¿Cómo estáis? ¿Cómo estáis viviendo nuestro viaje al Londres victoriano (con incursiones al futuro)?
Esta semana comentamos seis capítulos (del VIII al XIII, incluido) y, pensando en términos que los resuman, se me ocurren estos: magia, monstruos, voluntad, ciencia, amor y… humor.
Habíamos dejado a Andrew y a su primo Charles con Murray, escuchando el relato de cómo había descubierto el modo de viajar al futuro, en concreto, al año 2000. Y es que Andrew, no lo olvidemos, está penando por su amor vilmente asesinado por Jack el Destripador… y quiere viajar a 1888, para impedir su muerte. Ha terminado yendo a esa agencia de viajes tan peculiar porque su primo Charles le ha arrastrado allí, salvándolo del suicidio. Ahora, ambos le escuchan embelesados contar cómo es posible que su perro Eterno aparente un año y tenga, en realidad, cuatro. O, explicándolo mejor, cómo él y su padre enviaron al cazador Oliver Tremanquai a África para que hallase las Fuentes del Nilo y, el pobre hombre, encontró una tribu a la que bautizó los junquianos que eran capaces, con sus cantos (unos cantos horrorosos, todo hay que decirlo), abrir un boquete en el muro del mundo… y descubrir otro mundo, otros muchos mundos agujereados y unidos por boquetes temporales… esos agujeros por los que los junquianos hacen desaparecer a sus enemigos. Tremanquai se esfuerza, en la vuelta a su presente, en demostrar lo que dice, pero termina enloqueciendo porque ni él mismo es capaz de creérselo; Gilliam Murray, lo visitó en el psiquiátrico hasta que se ahorcó. Entonces, quién sabe por qué oscuras razones (él dice que no le creía… ejém), envía a otros dos exploradores con afición al alcohol y de poco entendimiento tras los pasos de Tremanquai y estos, (¡increíble!) localizan a los junquianos, el boquete temporal, etc. Para ello, no dudan en convertir en alcohólicos a los miembros de la tribu (estas palabras son mías, pero, pero. Esto es tan de hombre blanco, ¿verdad?), y excitados como lo estaríamos nosotros si fuésemos ellos, se lo cuentan en sus telegramas a Gilliam Murray quien, llegado a este punto, viaja para comprobar tales extremos por sí mismo. Y pergeña el engaño: le roba a los junquianos el boquete temporal para ir al año 2000, justo cuando se produce la batalla definitiva entre los humanos y el ejército de los robots. Por cierto, aquí veo yo un homenaje al otro Shakleton, el explorador de la Antártida, que parece ser que fue un hombre arrojado, gallardo y valiente. Lo veo por el nombre del líder del bando humano: Derek Shakleton. Pero ya sabremos más de este hombre (espero) en próximos capítulos.
El caso es que Gilliam Murray se trajo al viejo continente el agujero temporal encerrado en una jaula/caja que había construido a tal efecto. Se la muestra a su padre y se dedican los dos, en amor y buena compañía, a preparar el viajecito. Esto es, convierten este descubrimiento mágico en un negocio. Son emprendedores, claro que sí. El viaje consiste en tener listo un tranvía para treinta personas, desbrozar algunos caminos, cosillas así. Lo tienen todo listo, pero el padre fallece antes de poder ver la empresa de su hijo en todo su esplendor. No importa, se lo imagina.
Lo más inquietante es que Gilliam duerme cada noche junto con Eterno, en la jaula del boquete. Así que… dado que el tiempo se estanca cuando se introduce en él, ¿estamos ante una posible inmortalidad? ¡¡Por algo la reina Victoria vivió tanto!! ¡Albricias! ¡Tenía un palacio en la planicie rosa!! (Esto último no le hace mucha gracia a Murray, pero qué se le va a hacer. No le quedó otra que construirle la casita a la emperatriz).
Murray, además de contarles esta extraordinaria aventura a Andrew y a Charles, les pone sobre la pista de H.G.Wells, el escritor… porque éste ha reaccionado muy airadamente contra su empresa Viajes Temporales Murray y, además, él cree que el autor de La máquina del tiempo tiene en su poder un artefacto para viajar por la cuarta dimensión. Así que les insta a visitarlo en su casita de Surrey, porque tal vez él pueda ayudarles con su viaje al pasado. Y allá que se van los primos (escrito sin segunda intención).
Y aquí viene otra de esas interpelaciones del narrador, que son maravilla. Como quedan más de tres horas de viaje en un molesto carruaje tirado por caballos, para amenizarnos nos cuenta cómo medraron los padres de los primos… ¡y es un episodio divertidísimo! Primero porque Sidney tiene la idea de la silla para leer literatura sicalíptica (no entro en los detalles, pero baste recordar que se trata de literatura erótica. He encontrado este post de un blog, sobre la literatura sicalíptica de principios del siglo XX en España.) El papel terapéutico los hizo millonarios, pero les condenó a ser el hazmerreír de la alta sociedad. Claro que el padre de Andrew, el honorable cojo ex militar, no podía dejar las cosas así y se las ingenió para invertir en otras empresas, digamos, más lucidas: ferrocarril, naviera… ahora sí que sí, ahora sí le invitaban a la caza del zorro (¿soy yo o aquí se cuenta veladamente una fea venganza contra el muchacho que osó reírse de ellos? Que se murió por un tiro dado a sí mismo… ¿en un pie? Ejém.) Me gustaría destacar las personalidades de William y Sidney, los padres de Andrew y Charles, porque son muy parecidas a las de sus hijos. Pese a que William es más intransigente, severo y autoritario, y Sidney es un snob que desprecia a las clases bajas de las que él mismo procede (la memoria, que es frágil), el uno se toma todo a pecho, dramáticamente, y el otro se dedica a disfrutar. ¡Como Andrew y Charles!
Y siguen, los primos, viajando… aún no llegan, no. Y entonces, el narrador continúa distrayéndonos con sus historias, presentándonos ahora a H.G.Wells, el escritor al que van a visitar Andrew y Charles. Su vida, sus múltiples oficios, su deseo de ser profesor o escritor, su familia, sus amoríos, su enfermedad, sus textos (los que no existieron y los que sí), y… su encuentro con Joseph Merrick, el Hombre Elefante, un encuentro tierno, conmovedor, en el que el monstruo es un ser humano y, tal vez, el monstruo sea el cancerbero, el médico que lo custodia y espera la celebridad… Treves. ¿No os parece un miserable? Me ha gustado muchísimo cómo Merrick habla de la voluntad a Wells, cómo le demuestra las cosas que un ser humano puede hacer aún cuándo parezcan imposibles (el verdadero John Merrick también hacía maquetas de iglesias con cartón). Y cuando le regala el canasto hecho por él, y Wells lo utiliza como una suerte de cornucopia en la que recolectar historias para sus novelas… Un amuleto que acaricia como Aladino su lámpara… ¡Fascinante!
De estos capítulos, la mezcla de ficción e historia real me parece un total acierto y un recurso literario muy difícil de ejecutar con brillantez, pero Félix J. Palma lo hace (por ejemplo, cómo nos cuenta que Wells escribió Los argonautas del tiempo que fascinó a Merrick y fue el pretexto para que lo invitara a visitarlo y cómo, cuando escribió La máquina del tiempo, destruyó todos los ejemplares del relato. Después, nos da cuenta de otras de sus novelas como La isla del doctor Moreau o La visita maravillosa… que, naturalmente, existieron). Es inquietante que Wells escribiera La máquina del tiempo como una crítica a la sociedad y, ésta, se quedara con el invento del artilugio y obviara todo lo demás... Pero, ¿quién le ha hecho llegar la máquina a Wells? ¿La ha inventado él?
Otro aspecto curioso es cómo vive Wells las críticas a su literatura, el amor por la creación, y la inseguridad de los escritores...
Dejemos, de momento, a Wells enfrentándose a una pistola empuñada por un individuo y seguido de otro con el que comparte rasgos físicos… ¿serán los primos?
Además de los enlaces que encontráis en el texto, añado algunos más:
- Cristal Palace, en Hyde Park
- El Hombre Elefante: historia, libro, película. Con fotos de John Merrick y su médico Treves, una maqueta de cartón de una catedral, el esqueleto de Merrick... y vídeos sobre la película de David Lynch (1980).
- La escandalosa vida de H. G. Wells (yo no la hubiera adjetivado así, pero en fin...)
- Conferencia de Javier Reverte: "Livingstone, el misionero que se convirtió en explorador"
Os deseo un agradable estancamiento temporal a bordo de El mapa del tiempo.