Capítulos XI al XV, incluido
Queridas viajeras, queridos viajeros, ¿cómo estáis? ¿Cómo lleváis la lectura viajera de julio?
Continuamos acompañando a nuestro Santiago Biralbo en su viaje físico y sentimental, a través de las palabras de un narrador que, como el propio pianista, bebe demasiado… Sin embargo, ese exceso en el consumo de alcohol, esa embriaguez casi constante, no hace sino intensificar su lucidez.
Por fin realiza el viaje a Lisboa, impelido por la amistad hacia otro músico alcohólico, viejo, débil… su gran amigo Billy Swann. Sabemos que Biralbo se marchó de San Sebastián, que grabó un disco con Swann, que estuvo en Copenhague, en Quebec, en Nueva York, pero que rehusó ir a Lisboa, la herida del amor (o desamor) era muy grande. Así que se queda en París, perdiendo el tiempo, mirando el techo de una habitación de hotel, leyendo demasiadas novelas negras y bebiendo, claro, bebiendo y fumando mucho en los clubes de la capital francesa. Hasta que el contrabajista Óscar le avisa, Swann está mal, ingresado en un sanatorio a las afueras de Lisboa, delirando y frágil, como si hubiera llegado su final… En un momento determinado Biralbo se lamenta de haber traicionado la amistad a cuenta de un desamor…
En Lisboa nuestro pianista visita a su amigo y se compromete con él a tocar en el teatro, ese mismo mes, el 12 de diciembre. He de decir que, si no me equivoco, es en esta parte donde podemos situar temporalmente la novela: en 1984.
En este ir y venir al sanatorio, ya la primera noche, cruzándose dos trenes, cree ver a Lucrecia. Ha sido sólo un segundo, se ha cortado el pelo, pero sin duda era ella. Y todo salta por los aires. Quiere volver a verla. Se olvida de su decisión de olvidarla. Se olvida de que ya no está enamorado de ella (o, tal vez, un poco menos cautivado). Y se dedica a callejear por Lisboa, a beber aquí y allá, hasta que, en uno de esos paseos nocturnos, encuentra el Bruma Club. Y, allí, en ese prostíbulo, se encuentra con Malcolm, el Americano, el ex de Lucrecia. Conversan, animados por la ginebra. Pero ya sabemos que Malcolm está compinchado con Toussaints Morton que aparece junto a su inseparable rubia glacial, Daphne. Y … se destapa toda la trama.
Lucrecia ha huido con un cuadro que pertenecía a un millonario. Lo ha robado, tal vez, lo ha vendido. Se escapó. Quería para ella el dinero. Por eso dejó a Malcolm, no por ese asesinato que dijo ver… ¿o será por todo a la vez? Santiago Biralbo vuelve a ir, de Malcolm, de Toussaints, de Daphne, y logra tomar un taxi y llegar hasta el sanatorio donde su amigo, el gran Billy Swann, está marchándose con Óscar. Él comprende que Swann le ha mentido, que sí ha visto a Lucrecia, que tal vez haya sido ella quien ha pagado la factura astronómica del sanatorio… y que Swann y Óscar se han callado, porque comprenden que Lucrecia es un peligro para Biralbo. Biralbo también lo sabe, pero a estas alturas quiere avisar a la mujer de que están buscándola en Lisboa. De que está en peligro de muerte… y, para allá irá, donde ella vive. En la Quinta de los Lobos.
Me gusta mucho cómo Muñoz Molina va dibujando Lisboa: ciudad sumida en la niebla, laberíntica, confusa, poseedora de una enigmática y escurridiza belleza. Lisboa se me antoja Lucrecia, Lucrecia la identifico con Lisboa. El puente rojo sin fin, el ascensor que parece una torre, las ruinas de la iglesia, el Castillo en lo alto, los barrios pocos recomendables, el tranvía amarillo, las plazas, los trenes en la noche, un sanatorio para locos que se asemeja una suerte de palacio encantado.
El invierno en Lisboa tiene fragmentos tan hermosos como estos:
Lo sorprendió la transparencia del aire, la exactitud del rosa y del ocre en las fachadas de las casas, el unánime color rojizo de los tejados, la estática luz dorada que perduraba en las colinas de la ciudad con un esplendor como de lluvia reciente.
Toda Lisboa, me dijo, hasta las estaciones, es un dédalo de escalinatas que nunca acaban de llegar a los lugares más altos, siempre queda sobre quien asciende una cúpula o una torre o una hilera de casas amarillas que son inaccesibles.
Además de la ciudad, de las ciudades, no nos podemos olvidar de la música… Me gusta especialmente el arranque del capítulo XI, en el Metropolitano, cuando se atenuaban las luces y todo empezaba:
Con un aire tranquilo de veteranía y eficacia, como gángsters que se disponen a ejecutar un crimen a la hora acordada, los miembros del Giamocomo Dolphin Trio, acodados en una esquina de la barra a la que sólo la camarera rubia o yo nos acercábamos, apuraban sus copas y sus cigarrillos e intercambiaban contraseñas. (…) Biralbo era el último en abandonar la barra y el vaso de whisky. Con el pelo crespo, con las gafas oscuras, con los hombros caídos y las manos agitándose a los costados como las de un pistolero, andaba despacio hacia el piano sin mirar a nadie y con un gesto brusco abarcaba el teclado extendiendo los dedos al mismo tiempo que se sentaba ante él. Se hacía el silencio: yo lo oía chasquear rítmicamente los dedos y golpear el suelo con el pie y sin previo aviso comenzaba la música…
Dejamos a Biralbo a punto de reencontrarse con Lucrecia. ¿Le ha utilizado Lucrecia? ¿Lo ha querido alguna vez? ¿Es cierto lo que dicen de ella Malcolm, Toussaints, Daphne? ¿Es una ladrona, una estafadora? ¿Qué se dirán Santiago y Lucrecia?
(Fotografías: la primera que ilustra esta entrada la hice hace muchos años, en uno de mis viajes a Lisboa, en el Castillo de San Jorge.
Plaza de Comercio: Turismo Lisboa. Tranvía en Chiado, Turismo de Lisboa.
Elevador de Santa Justa, Wikipedia. De Diego Delso, CC BY-SA 4.0,
Ruinas Convento do Carmo, Lisboacool.com)
¿Nos leemos?