Capítulo 11, 12 y epílogo
“Si tuviera una nueva vida, amigo lector, y pudiera elegir una tierra en donde nacer, ¿cuál crees que escogería?”
Esta frase que cierra Canta Irlanda fue la que hizo que me decidiera por este libro de viajes de Javier Reverte, y no otro. Me apetecía mucho que en nuestro club volviesen a latir sus palabras y que, entre todos, lo lleváramos a la isla esmeralda. Pues eso es lo que hemos hecho, siguiendo su viaje, sus encuentros, sus lecturas.
En esta última semana, comentamos los capítulos 11 “Druidas, héroes y mártires”, 12 “Los hijos de la canción” y el epílogo. Algunas notas para reflexionar:
- La visita al túmulo prehistórico Newgrange, es el disparadero para que nuestro autor vuelva a escribir sobre ser turista y ser viajero. Reflexiona que todos somos turistas, que todos vamos dando vueltas por ahí, y que autodefinirse viajero es algo muy pretencioso. Aprovecha para matizar que tampoco le gusta que determinados periodistas se definan como periodistas de guerras, como si “las guerras se hubieran inventado para ellos”. En esta visita, la escenificación del solsticio de invierno se me antojó, de nuevo, un parque temático. ¡No podemos escapar a la rentabilización de los lugares, los acontecimientos! Cuando nuestro autor se escapa del túmulo, atacado por la claustrofobia, y dice, desde luego qué manía lo de visitar tumbas, ya tendremos tiempo (parafraseo, claro), no pude evitar sonreír, aunque con un poco de tristeza.
- Cuando viajaba en coche, solo, nuestro autor disfrutaba tanto que no escuchaba nada, ni música, ni la radio… ¿Os gusta conducir, ir solos en el coche, de viaje, contemplando el paisaje, o sois de los que preferís ir en compañía?
- También anoté esto: “a veces no pensar libera el cerebro de inútiles melancolías y llena el espíritu de hambre de vida y sensualidad”. Los paseos por el campo, contemplar el mar, o un prado, las montañas, los árboles, los pájaros. La naturaleza sana. ¿os pasa?
- En Irlanda todo canta. “Recitar es casi un rito. Recitar y cantar, porque muchos de los grandes poetas irlandeses han escrito letras para canciones”. Hasta nuestro autor, escritor de libros de viajes, de novelas, periodistas, compone un poema. “Canta Irlanda: la guerra, el mar, la pinta de cerveza, el viento, la balada”.
- Cabe destacar cómo las muertes prematuras de algunos líderes que apostaban por la paz, por el diálogo, por la política (Daniel O’Connell, Charles Stewart Parnell), desencadenaron la división del movimiento nacionalista irlandés y con el paso de las décadas, la violencia y la pérdida de tantas vidas humanas, tanta miseria, tanta pobreza, tanto dolor. El pensamiento de O’Connell (Ghandi se inspiró en sus métodos), es tan contundente como cierto: “un solo patriota vivo vale tanto como un cementerio lleno de patriotas muertos”.
Hay más, claro, mucho más. En su viaje, desde Newgrange, donde nació el héroe legendario, símbolo del nacionalismo, Cúchulain (¿os acordáis de que está su escultura en la Oficina de Correos de Dublín, donde se produjo el Alzamiento?), viaja hasta la Colina de Tara, otro escenario histórico, legendario y sagrado para los patriotas irlandeses. Y, de allí, tras comer en un restaurante una maravillosa lubina salvaje (¡la cocinera es española!), al jardín de Irlanda, el condado de Wicklow…
Al centro monacal del siglo XII, el valle de los dos lagos, Glendalough, al Condado de Mayo, a Wateford, a New Ross, a Tipperary, a Thurless y sus carreras de caballos (mi memoria vuelve a las carreras de caballos de El hombre tranquilo). Y Dublín, con Molly Mallone, el fúbol gaélico y esa camaradería entre los equipos, la cárcel de Kilmainham Jail, “construida para castigar, nunca para perdonar”, las canciones, las gigas, las pintas…
Otra charla con un viajero (ya en 2012, con el libro armado) en la que, por enésima vez, le preguntan a Reverte por el objeto de su estancia en Irlanda, y al fin, da una respuesta: “A beber y a oírles cantar a ustedes”.
Llega esa melancolía extraña del viaje que termina, de la lectura que finaliza.
Y, cuando algo termina, algo empieza. Pronto iniciaremos otro viaje lector en el que espero vuestra compañía.
Hasta pronto, isla esmeralda. Hasta pronto, Javier Reverte.
Salud y largo viaje, lectores.