La ciudad de las bestias. Hasta el capitulo 15- Los huevos de cristal.
Isabel Allende es una autora de éxito, una marca de fábrica cuyos consumidores se cuentan con cifras de muchos ceros. Y esta es una razón, muy poderosa, para no restringir su público. Los editores acaso pensaron, no sin fundamento, que si el lector habitual de Isabel Allende había gozado con su escritura hogareña, sentimental, con pálpitos de fantasía y sagas familiares de espíritus bondadosos que vienen del otro mundo para endulzar la merienda, también podía disfrutar de esta narración para adolescentes, y en consecuencia no había necesidad de editarla en una colección juvenil, que sería su lugar natural.
La Ciudad de las Bestias es una novela juvenil. Es más, es una novela escrita, según indica el epígrafe, para disfrute de Alejandro, Andrea y Nicole; ellos le pidieron a Isabel Allende que les contara esta historia. Ignoro las edades que ocultan esos nombres, pero dado que el protagonista, de quince años, se llama Alexander, y tiene dos hermanas más pequeñas, Andrea y Nicole, se puede afirmar que ninguno ha dejado atrás la adolescencia. Esta novela, por tanto, ha brotado a requerimiento de una proposición de entretenimiento familiar, cosa que en sí no es buena ni mala, pero fuera de esas paredes protectoras su índole literaria se resiente bastante.
Isabel Allende, que pasa por ser una escritora subalterna del llamado realismo mágico, muestra aquí una imaginación adscrita a los más previsibles rudimentos de una novela amazónica. El pretexto para situar a un chico de quince años en una expedición, financiada por National Geographic, en busca de una extraña bestia, no es otro que la enfermedad de su madre, que obliga al padre, incapaz por sí mismo de atender a sus hijos, a enviar al chico con su estrafalaria abuela Kate Cold, una prestigiosa periodista y viajera, que siempre viste «los mismos pantalones bolsudos y un chaleco sin mangas (sic), con bolsillos por todos lados, donde llevaba lo indispensable para sobrevivir en caso de cataclismo». Esta intrépida señora incorpora a Alexander a la peligrosa expedición selvática, como si se tratara de una visita al parque.
En una aldea del río Negro, entre Venezuela y Brasil, el último reducto de civilización antes de adentrarse en la selva, Alexander conoce a Nadia, una chica de doce o trece años, hija de otro expedicionario, que también la añade al grupo, junto con su monito Borobá, incrementando así el segmento juvenil de la expedición. Lo que sigue es una amable y pesada peripecia, muy contaminada de las producciones Disney, con malvados que resultan buenos, histéricos que se revelan valientes, una bondadosa doctora que oculta perversos propósitos, soldados atolondrados puestos ahí para recibir flechas invisibles, un plan indescriptiblemente maligno de exterminio y aprovechamiento de la tierra de los indios, y, claro está, una tribu, «la gente de la neblina», cuya filosofía de la bondad dejaría en un pasmo de idiotez las páginas de Rousseau sobre el buen salvaje, guardiana de unas bestias arcaicas que hablan, conservan la memoria de la humanidad, y alcanzan a vivir siglos en un valle, en una especie de Shangri-La fuera del tiempo, del progreso y de la corrupción de la historia.
Es evidente que los únicos miembros de la expedición que verán a esas bestias serán Alexander y Nadia, ya que ellos consiguen «ver con el corazón», y esta experiencia servirá para que los chicos, que han compartido maravillas, han afrontado peligros y se han iniciado en ritos chamánicos, se despidan en la última página con el fervor de recordarse toda la vida. Todo muy bonito y conmovedor. Lástima que el autor de esta recensión, bien a su pesar, esté hoy lejos de la niñez, y no pueda simpatizar con esas efusiones.
Incluso considerando la pertinencia juvenil de La Ciudad de las Bestias, Isabel Allende se muestra muy mimética de lo políticamente correcto. La narración está sembrada de tópicos discursos sobre los indios y de las buenas intenciones de los chicos, que resultan inverosímiles al dotarles de una increíble entereza, y en la medida en que, frente a los otros miembros de la expedición, terminan imponiendo sus ideas, todo nos lleva a una suerte de celebración de la adolescencia como edad de un poder secreto, cuyos beneficios se pierden con el crecimiento. Ese poder lo transporta Alexander en su corazón y en su flauta, que al tocarla hipnotiza con su música a animales, indios y bestias, en una versión degradada de Orfeo.
Pero todo aquí está degradado. La antropología es un medio para alcanzar la fama, la expedición es un vehículo para la emancipación espiritual de Alexander, y el régimen de aventuras en el Amazonas no es otra cosa que unas vacaciones en un espacio un poco más exótico. Es posible que, con algo menos de ramplonería juvenil y algo más de imaginación, La Ciudad de las Bestias pudiera haber conseguido, al menos, la gracia de entretener. Tampoco. El estilo de Isabel Allende no logra agitar la acción, cuando ésta lo necesita, y además usa de expresiones tipo «Había decidido a los tres años que no le gustaba el pescado», capaz de hacer sonrojar al más pétreo lector. Por cierto que la prosa de Allende está muy irrigada por el verbo decidir, lo que parece una consigna de superación. Sus personajes siempre están decidiendo. Alexander, en otro momento, sufre una alteración: «La adolescencia era un lío, lo peor de lo peor, decidió». Al lector le corresponde ahora ejercer con propiedad el verbo decidir, o abstenerse.
Esta tercera semana compartiremos los cinco siguientes capítulos
11 - La aldea invisible.
Caminaron sin descanso hasta llegar a una cascada que caía desde una montaña cuya cumbre se perdía entre las nubes. Ayudado por una cuerda que fabricaron los indios, Alex ayudó a Nadia, atando su cintura a la suya, a ascender por la escarpada ladera de la montaña. El jefe Mokarita resbaló y quedo enganchado en unos arbustos. Alex descendió colgado de la cuerda y, ayudado por los indios, rescataron a Mokarita. Fabricaron una camilla, cargaron a su jefe y continuaron el viaje hasta el Ojo del Mundo como llamaban ellos a su aldea (Tapirawa-teri en su lengua) tan invisible e irreal como los indios.
Alex dice que el temor nos avisa del peligro; pero a veces el peligro es inevitable y entonces hay que dominar el miedo. ¿Cuáles son los mayores temores de los protagonistas?
En este capítulo, se describe el Ojo del Mundo, la aldea de la gente de la neblina. ¿Se atreverían Alex o Nadia a dibujar este paisaje en el cuaderno?
Mientras está en aquel lugar, Alex piensa que nunca el mundo le había parecido tan hermoso y nunca volvería a ser tan libre. ¿Qué aprenden los dos jóvenes acerca de la cultura de la aldea? ¿Qué costumbres observan? ¿Cómo es la convivencia?
12 - Rito de iniciación.
Mokarita murió al amanecer y los indios decidieron que deberían encontrar y eliminar al asesino del jefe. Nadia llamó con su amuleto a Walimai, pero éste no apareció como ella hubiera esperado. Bebieron Masato y soplaron el Yopo para llegar al mundo de los espíritus y descubrir al culpable. Uno de ellos tuvo la visión de que Alex era el asesino y lo persiguieron hasta alcanzarlo y atarlo a un árbol para decidir qué hacer con él. Nadia fue en su ayuda sigilosamente y cortó las ataduras, pero cuando intentaban escapar, apareció Walimai quien indico a los nativos que los chicos habían venido a ayudarles a derrotar a Rahakanariwa, el pájaro chupasangre, que también adoptaba la forma de enfermedades.
¿A qué se refieren los indios con Rahakanariwa? Los indios dicen que todo lo que existe es soñado por la Tierra Madre, que cada estrella sueña a sus habitantes y todo lo que ocurre en el universo es una ilusión, puros sueños dentro de otros sueños. ¿Qué opinaría Alex sobre estas palabras? ¿Y Nadia? ¿En qué consiste el rito de iniciación? ¿Qué sensaciones experimentan ambos muchachos?
13 - La montaña sagrada.
Walimai, Nadia y Alex viajan juntos a la montaña sagrada donde viven los Dioses. Caminan infatigables sin apenas alimento durante días, abriéndose paso con dificultad entre la selva, ascendiendo y descendiendo, atravesando laberintos bajo las montañas con la única ayuda de unas antorchas fabricadas por Walimai. Se encontraron con multitud de animales increíbles: dragones, aves con cuatro alas, felinos con ojos ciegos… Al llegar al final del laberinto se hallaron frente a un gran valle redondo en el centro del cual, centellante como una corona, se alzaba orgulloso El Dorado, la ciudad de oro que cientos de aventureros han buscado por siglos.
¿Cómo sería una conversación de WhatsApp entre Alex y su madre si tuvieran oportunidad de hablar a través del móvil? ¿Qué se contarían? Alex y su madre se reencuentran. ¿Cómo se produce este momento y cómo reacciona Nadia al enterarse? ¿Llegan a la morada de los dioses? ¿Es tal como Alex se la había imaginado en sus visiones? ¿Qué lugares observan durante el camino? Alex desea tener la cámara de su abuela para dejar prueba de lo que ve. ¿Y si uno de los dos intentara dibujarlo? El Dorado, en realidad, no convierte en ricos a los que consiguen encontrarlo.
14 - Las Bestias.
A los pocos minutos vieron la Bestia. Medía más de tres metros, parecía un gigantesco hombre mono, erguido sobre dos patas con poderosos brazos y una cabeza demasiado chica para el porte del cuerpo, tenía pelo como alambre y tres largas garras afiladas como cuchillo en cada mano. En realidad no era una sino más. Alex pudo contar once y se hablaba de otras dos que estaban en la tierra de los hombres de las neblinas. Walimai habló con ellas y les indicó que Jaguar y Águila estaban allí para ayudarles a vencer al Rahakanariwa y su recompensa sería los huevos de cristal que estaban en la cima del tepui y el agua de la vida que curaría a la madre de Alex.
La Bestia se parece a un pereza o perezoso. ¿Qué informaciones podríais detallar, mediante dibujos y notas, de estas criaturas? Hay más bestias en el lugar. ¿Cómo se comunican y cómo se comportan? Alex y Nadia quieren derribar el plan de Mauro Carías, pero ¿cómo podrían conseguirlo? ¿En qué consiste la ley de la reciprocidad? ¿Qué opinión tienen al respecto? ¿Qué simbolizan los tres huevos de cristal y el agua de la salud?
15 - Los huevos de cristal.
Nadia subió al tope del tepui, a las cumbres más altas donde estaba el nido con los tres huevos prodigiosos. Trepó por la ladera de la montaña venciendo su vértigo. No le importaba que sus manos sangrasen o que la sed le atormentase. Su único pensamiento era que tenía que alcanzar los huevos de cristal.Walimaí le había enseñado la ley de la reciprocidad: "Por cada cosa que uno toma, se debe dar otra a cambio" Por lo que para conseguir los huevos, tuvo que dejar el Talisman que le había dado Walimai en el nido donde antes estaban los huevos.
Nadia emprende el camino en solitario en busca de los tres huevos de cristal. ¿Cómo se siente? ¿Qué ve? ¿Qué obstáculos debe superar? Nadia comprende que la felicidad consiste en alcanzar aquello que hemos esperado por mucho tiempo. ¿Qué esfuerzos ha realizado y qué ha alcanzado?
Buena semana de lecturas
Alejandro