Desde “Xabier, que así se llamaba...” hasta “Un haz de luz se...”, incluido.

Libro que estamos comentando
Alcornoques. Parque natural

Amigas, amigos:

Seguimos avanzando en la lectura y la conversación de la novela de Txani Rodríguez y, antes de continuar, tal vez haya que resaltar el contexto temporal en el que se enmarca: estamos en tiempos pandémicos, no en los primeros tiempos, pero sí en unos meses donde hay restricciones de aforo y uso obligatorio de mascarillas en algunos entornos, por ejemplo, en los medios de transporte. Creo que podemos dar por cierto que, en ese tiempo, se incrementó el turismo denominado “rural”, campo, montaña, medio natural como el parque natural de Los Arcornocales, donde transcurre “La seca”.

“Tras el confinamiento, parecía haberse extendido una fiebre por las actividades al aire libre, pero, en todo caso, hacía teimpo que los parques naturales se habían convertido en un gran reclamo.”

En este tramo de la obra se extienden ante nosotros, los lectores, algunos problemas medioambientales que afectan, directamente al oficio tradicional de los corchas. Un modo de vida que está cada vez más amenazado:

La seca algunos la atribuyen a la sequía; otros a la contaminación atmosférica, o a los incendios, o a las plagas o a las inundaciones o a la gestión inadecuada del suelo; hay quien habla de cambio climático, y hay quien solo nombra la seca entre dientes, como si fuera un mal fario. No terminan de precisar el origen último de la enfermedad de esos árboles recios, pero saben que la causa- que tiene mucho de consecuencia- es un hongo. El hongo se extiende bajo sus pies, silencioso como la traición, y desnuda de hojas las copas de los alcornoques y genera focos y contagia a las jaras y a los brezos. Dicen que, para  combatirlo, habría que aislar las zonas afectadas y controlar el movimiento de personas, animales y vehículos, pero lo cierto que han cundido el desánimo y la impotencia porque ya se han  visto en la sierra demasiadas cosas raras.”

De la misma manera, también se trata la plaga de la cochinilla que acaba con las chumberas y la lagarta peluda, la oruga que también es un peligro para los alcornoques. O el creciente cultivo del aguacate, que demanda tantísima agua y que sigue extendiéndose por zonas a las que asola la sequía, porque... se ha puesto de moda, todos comemos aguacates, todos queremos tener aguacates en las fruterías, en los supermercados, y, con tanta demanda, es un cultivo muy muy rentable. Y, en este detalle, en este mínimo detalle, tal vez podamos empezar a reflexionar sobre nuestra propia responsabilidad, como ciudadanos, como consumidores.

Todos estos cambios, en los que, inevitablemente estamos involucrados, zarandean a Nuria, le causan una zozobra íntima, un desasosiego que va in crescendo. Cuando está  cenando en un restaurante, en un pueblo bellísimo, con su madre, Milo y Xavier,  contemplan los molinos eólicos y ella, llega a una íntima convicción: una de las claves de esta novela. El paisaje consuela por que acompaña, porque ofrece “el consuelo de la pertenencia” ante un mundo y una vida cambiantes. 

“-Es el nuevo colonialismo energético rural- soltó de pronto Milo.

-¿Qué dices? Le preguntó Xabier.

-Los molinos. Es destruir el medio ambiente para poner renovables como solución para proteger al medio ambiente. Lo he oído en el pueblo.

Accedió en ese momento a una revelación íntima: ella siempre pertenecería a aquellos lugares en los que, al contemplar el paisaje desde un alto, pudiera reconocer pueblos y ciudades y fuera capaz de nombrar las montañas (...) Pertenecería a aquellos lugares cuyas panorámicas la tranquilizaran cuando se sintiera sola y asustada; cuando pensara que había perdido todos los vínculos que la unían a otras personas, cuando la muerte se hubiera llevado a aquellos a quienes quiso, entonces, tendría que aferrarse a la rara compañía que ofrecen los paisajes, al consuelo de la pertenencia.”

De hecho, vemos a Nuria muy alterada ante lo que están haciendo las máquinas en el río de sus veranos. No soporta que alteren de esa manera su paisaje.

Es esta mirada de Nuria la del veraneante (aunque ella desearía, con todas sus fuerzas, no serlo), la del que no quiere que nada cambie, y todo lo analiza desde su punto de vista. Quiere volver al verano de su infancia y juventud (y lo hace, cada vez que se pone el vestido amarillo, o vuelve a tener un escarceo con Montero, su amor de juventud), que todo permanezca inalterable. Pero allí, en el pueblo, en los pueblos que viven de las corchas, en los alrededores de ese hermoso parque natural, están los que se quedan todo el año, los que tienen que vivir. Cuando descubre que la chica de los olivos, con la que ha mantenido una breve conversación junto al río esa misma mañana. se ha suicidado, Nuria cae en la cuenta de que no sabe qué sienten sus vecinos, cómo están, cómo viven, de qué viven.

Luego y siempre, está Nuria, claro. Su amigo Milo, junto a su padre Xavier, han llegado al pueblo para pasar algunos días. Llama la atención que a Nuria le moleste tanto, ella, que tanto miedo tiene a quedarse sola. Pero, tal vez sea porque ha creado una ficción para Milo (en el pueblo está fenomenal, tiene muchísimos amigos) y esa ficción, al confrontarla con los ojos de Milo, se tambalea.

“De las cuadrillas, después lo entendió, no hay que esperar nada. Siempre hay una corriente de opinión dominante que se puede contradecir solo a riesgo de expulsión. Un líder, muchos gregarios, bastantes cobardes y una mayoría acomodaticia: eso era para Nuria una cuadrilla, una institución civil, que cumple algunas funciones, pero que recordaba más a la Hacienda Foral, por ejemplo, que a las verdaderas relaciones de amistad”

Comprendemos lo dolida que está por lo que le ocurrió con la cuadrilla (y cómo desconfía de los afectos), y, de nuevo, ella, que quiere ver a su madre animada y mejor (ha sufrido depresión, se ha caído, tiene vértigos) cuando comprueba cómo se arregla para ir a cenar con Xavier y Milo, o cómo se pinta los labios para un cine de verano en el patio, se molesta. Y es que... ¿no será ella la que necesite a su madre dependiente? ¿Otra vez miedo a los cambios?

“ese verano se acumulaban las incidencias, de que todas sus rutinas se veían amenazadas, y temía que hubieran entrado sin darse cuenta en un proceso de degradación inasible que culminara con la revelación de que aquel lugar, que para ella representaba un refugio firme- Los Arconocales, el pueblo, el río, la casa- se convirtiera en un paraje ajeno a sus recuerdos.”

Y, acercándose y alejándose, la sombra y la culpabilidad por esa relación con Montero (¿seré mala persona?, se pregunta), una historia que no va a ninguna parte, que se ha alargado absurdamente en el tiempo.

Esta historia, como dice nuestra compañera lectora RaquelCM, contiene mil y un detalles, y espero que vosotros y vosotras los resaltéis, pero uno más, importante, y que forma parte de ese costumbrismo que también resaltó Raquel en su comentario la semana pasada: la leyenda de los dos niños. ¿Con cuántas supersticiones convivimos y hemos convivido? 

Trampas de feromonas macho de la lagarta peluda, otro peligro para los alcornoques

La lucha contra la lagarta peluda un peligro para Los Alcornocales

Las chumberas y la plaga de la cochinilla

Cañón de las Buitreras

Charco de las Pepas. Comarca de la Serranía de Ronda. Rio Guadiaro. Cortes de la Frontera

Cortes de la Frontera

La seca, el hongo que amenaza la dehesa

En el videopodcast que os enlazo, Café Valparaíso, hablan de la música que podría escuchar Nuria cuando sale a caminar. ¿Os apetece buscar una canción para sus paseos? Yo, muchas veces, sobre todo cuando está muy enfadada, la imagino escuchando a Arde Bogotá, y su "Los perros".

¿Conversamos?